...Aunque podemos encontrar ojos que nunca lo hacen, como El ojo sin párpado, relato fantástico del escritor francés Philarète Chasles, publicado en 1832, y que dio nombre a la colección homónima de género gótico editada por Siruela. Un clásico de la literatura francesa de terror que, aunque posiblemente no sea su pieza más acabada, sí es uno de los relatos (o el relato) que marcaron una tendencia en el género fantástico de su tiempo. Tampoco tienen párpados los ojos de Leo, protagonista de una maravillosa fábula obra de Roberto Malo y Joe Álamo (y que hoy vuelvo a recomendar aquí), ni el ojo fijo que todo lo ve, incandescente, enorme, perverso, de Sauron; y, aunque estos sí que los tienen, no puedo dejar de pensar en los ojos de Malcolm McDowell en La naranja mecánica, ni en el de Simone Mareuil en Un perro andaluz, convertido en icono el fotograma sobrecogedor que todos asociamos con el mejor cine surrealista y con la navaja de Buñuel.
Pero el ojo de Miguel Carcasona
siempre parpadea. Es un ojo que mira y que adopta un enfoque distinto con cada
parpadeo.
Solo por “Flor" y por “Todos los
perros aúllan” ya merece la pena pagar los 17 euracos, precio un tanto elevado para este pequeño
volumen de apenas 153 páginas encoladas (que no cosidas), cuya calidad editorial, en cambio, ha sido un tanto rebajada. Y por la portada, maravillosa, como todas las de Óscar Sanmartín (y
muy especialmente ésta), pero temo que el libro no aguante demasiadas
relecturas. A lo mejor es que es un libro para leer una sola vez e
interiorizarlo después.
Páginas llenas de música (Enrique
Bunbury omnipresente), cadencia y armonía. Un libro melódico escrito por un autor
que es, ante todo, poeta. Y eso se nota en cada relato, pero especialmente en
“Flor”, que abarca 40 páginas, más de la cuarta parte del total. “Flor” vibra
de poesía. Prosa cercana, cotidiana y
sutilmente poética, afirma
Carlos Castán (otro grande) en la contraportada.
Sí, las
historias que este ojo ve y narra hacen parpadear al lector. Historias
cotidianas, siguiendo a Castán, que tienen en común el espacio geográfico
comprendido entre Huesca y Zaragoza, tirando hacia Monegros, pero que
discurren, sobre todo, a través de una geografía interior.
Son
confidencias susurradas a media voz, en tono grave, como canta-recita Enrique
Bunbury. Cada parpadeo de ese ojo interno crea un mundo nuevo, una nueva
narración que parece diferente a la anterior. Cada vez distinta, pero cada vez
la misma: la vida que nos inventamos nosotros mismos, la vida que nos ha tocado
vivir urdida con los mimbres de la vida que un día quisimos soñar.
Esta
secuencia vital se inicia con “Todos los perros aúllan”, uno de mis relatos prefieridos por todo lo que en él hay de
aspiraciones corrientes, de cotidiano, de común, de esperar y desesperar y de sentirse
obligado a aguantar un poco más para parecer casi feliz. Vivo en una urbanización del extrarradio, en una acumulación de sesenta
casas dispuestas como un ejército en cerrada formación de avance: diez casas
por fila, seis filas de casas. “Lo
que pasa” es un relato en negro, un juego de adolescentes que juegan como ven
a los demás jugar, como se les enseña en la tele, en los videojuegos, en cada
esquina de una vida marginal, con un final de opereta que invita a la
reflexión. “Flor” es luz, es poesía, es amor, es deseo, es obsesión, belleza
vislumbrada que nunca se llega a poseer. Notas huyendo en una fuga de Bach. “En
el arcén de la costumbre” es la historia de una venganza que el azar nos deja
un día como un regalo en el alfeizar. “El reparador de sueños” y “El puente
sobre la espiral” hablan del tiempo, del tiempo como memoria y también como
desmemoria imprecisa que se detiene un instante para volver a partir, del
tiempo como bucle que se nos lleva para después regresar, prisioneros del
efecto bumerán. “Verano del 82”, “Tarde de miércoles” y “Durante la lluvia” son
tres historias de amor, de fracaso con aroma de traición. “Ámsterdam al pie de
Guara” es el colofón perfecto, la cuadratura del círculo que aúna el origen y el
amor, lo que fuimos, lo que somos y lo que será.
Retomando
las palabras de Ramón Acín durante el acto de presentación en Fnac, Miguel
Carcasona es un escritor del silencio, del poema interior ya sea en prosa o en
verso. Un autor que rehúye el ruido y la algarada para susurrarte al oído cada
narración.
Lee
despacito cada relato de este ojo que siempre parpadea. Saboréalo. Enamórate de
él como me he enamorado yo. Escribir (y leer) es todavía un acto de rebeldía, de
locura y de pasión.
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