El caso Prometeo


Tuve suerte. Se me ocurrió una idea muy buena para una novela corta. El caso Prometeo, aunque primero se llamó El dilema de Prometeo.
La idea conjugaba varios elementos para crear la atmósfera y desarrollar la trama. El primero era la parafrenia fantástica, una patología mental que suele afectar a sujetos de mediana edad produciéndoles alucinaciones, normalmente auditivas, de carácter mitológico, apocalíptico y mesiánico. Se diferencia de la esquizofrenia y de la paranoia en el sentido de que no deteriora tanto la personalidad del individuo que la padece. Simplemente uno cree recibir mensajes de un ser superior. Uno se convierte en el elegido para llevar a cabo alguna misión de carácter trascendental, con un objetivo decididamente positivo: por ejemplo, salvar a la humanidad de la impiedad o la destrucción y cosas por el estilo. Una iluminación, en suma.
A mi sujeto protagonista se le instalaba en el cerebro una especie de extraterrestre, una entidad alienígena llamada Almax, que transformaba su vida radicalmente proporcionándole caudales insospechados de conocimiento. Era importante que ese sujeto fuese alguien muy anodino, una persona vulgar, corriente. Y ahí entraba en juego la segunda idea: no solo anodino, sino también anónimo, sin nombre y sin género. No debía saberse en ningún momento si mi protagonista era hombre o mujer. Solo alguien que contaba en un diario una experiencia tan luminosa como aterradora.
           Escribirla con ese requisito fue todo un reto. ¡Ah, pero ya tenía ordenador! Y también me había puesto un objetivo: presentar esa novela a un concurso de literatura fantástica (el premio Tristana, convocado por el Ayuntamiento de Santander) que, por supuesto, no gané, pero sirvió para lanzarme, ya imparable, en los brazos de las musas.

(La ilustración es obra de Yagües y forma parte de un libro-escultura compuesto por 48 grabados, titulado "Laberinto-Dédalo de deseo" e inspirado en un poema de Jorge Luis Borges).