La llamada

Tras este inciso vuelvo a lo mío, a lo que me he propuesto para este blog, que es contar lo que se cuece entre las bambalinas de la literatura de hoy, una suerte de prêt à porter.

Alina, que es rumana, universitaria y bastante lista, venía una vez a la semana a ayudarme a limpiar la casa. Entre efluvios de amoniaco, pasadas de mocho y refrotones de bayeta, habíamos llegado a intimar bastante. Lo mismo hablábamos de catolicismo, ortodoxia e iconoclastia que nos contábamos anécdotas jocosas sobre nuestros respectivos maridos. Ese día tocaba limpieza de cocina, cuando sonó el teléfono: “¿Teresa Sopeña? Hola, no me conoces. Soy Berta Sariñena, de Mira Editores. Tenemos un manuscrito tuyo, Como héroes, y hemos pensado presentarlo a una subvención del Gobierno de Aragón para publicarlo…”. Era la llamada. ¡Mosquis! ¡Qué emoción! Mientras Berta hablaba, circunspecta y pausada, yo lloraba en silencio y me sorbía los mocos intentando ser discreta. Alina y Fer, mi hijo, intuitivamente conscientes de que esa llamada era una llamada importante, aguardaban expectantes. Berta hablaba y hablaba. Me explicaba que yo tenía que redactar una especie de informe, memoria o recensión de la novela y poner en ella “toda la carne en el asador”, porque los de la DGA no leerían la obra, sino solo esa memoria. Tenía que adjuntar, también, mi currículo. “¿Qué currículo, dios mío, si yo no tengo currículo?”, pensaba. “Algo se me ocurrirá… Un currículo de proyectos, tendrá que ser”. Berta me daba un plazo de tres días. Colgamos. Balbucí una explicación confusa que, sin embargo, tanto Fer como Alina entendieron a la perfección. Me abrazaron los dos, contentos por mi alegría. Llamé a mi madre y a mis hermanas. Llegó Rafa y le di la noticia. Y me puse a ello. A la memoria y al currículo. En dos días estuvieron listos. La cosa quedó bien y se la envié a Berta por correo electrónico. Y otra vez a esperar. A intentar esperar sin desesperar.