Dorian Gray

Una buena forma de pasar la tediosa tarde del veinticinco de diciembre: Ver una película no demasiado mala en la estupenda tele plana de cuarenta pulgadas que luce desde hace un mes en la pared del salón. Una reciente adaptación de la novela de Oscar Wilde, dirigida por Oliver Parker, y que ha resultado ni fu ni fa… O sea que, aunque mediocre, se deja ver en una tarde tonta como esta y trae recuerdos… Recuerdos fílmicos de la película antigua de 1945, de Albert Lewin (productor, además, de una de mis pelis favoritas, El motín de la Bounty, de la que luego se hizo otra versión más conocida: Rebelión a bordo), con mucho más encanto que la de hoy… Recuerdos literarios de mi primera lectura y de su tremendo impacto ético y estético.
Me he apresurado a rescatar el ejemplar de El retrato de Dorian Gray de las alturas polvorientas de su anaquel de la biblioteca. Un volumen de Edaf de 1969 que aún lleva marcado a lápiz el precio: 100 pesetas. Ni idea de cuándo y dónde lo compré. Imposible que lo leyera en la fecha de edición (yo tenía 9 años y era una lectora precoz, pero no tanto). Sí que es cierto que lo leí muy pronto, subyugada por la huella que el autor había dejado en mi espíritu con cuentos de tan luminosa belleza como “El ruiseñor y la rosa”, “El príncipe feliz”, “El gigante egoísta” o “El niño estrella” y, más adelante, con “El fantasma de Canterville” y “El crimen de lord Arthur Saville”. Leer “El ruiseñor y la rosa” todavía me hace llorar de emoción…Y desde luego, recuerdo esa primera vez de El retrato de Dorian Gray como uno de los momentos más intensos de mi vida como lectora. Como me sucede con muchas otras lecturas, me alegro de haber nacido para haberlas leído.
¿Y qué voy a decir yo a estas alturas sobre Dorian Gray y Oscar Wilde? Nada, nada que no se haya dicho. Exquisita recreación decadente del ambiente victoriano y decimonónico… sensibilidad hedonista de audaces matices homófilos… Quizá la última de las grandes novelas góticas con su soberbia actualización del mito de Fausto… Quien sea lector de corazón y no la haya leído, por favor, póngase inmediatamente a ello… ¡No sabe qué envidia le tengo!


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