No, no es la propaganda de una nueva marca de polvorones navideños, sino el título de dos novelas que he leído recientemente. Su autor, José Carlos Carmona, malagueño, doctor en Filosofía, profesor de la Universidad de Sevilla y director de orquesta.
El azar quiso que Sabor a chocolate (Ed. Punto de lectura) no estuviera disponible en la biblioteca pública de mi ciudad y que empezara por Sabor a canela (Ed. Planeta). Tenía algunas referencias acerca de la primera de las dos: novela brevísima estructurada en 100 capítulos asimismo brevísimos, la mayoría de una sola página, que relata la peripecia vital del fundador de una fábrica de chocolate suiza a lo largo de nuestro reciente siglo pasado; ganadora, además, de un galardón literario con gran éxito de público y crítica que ha alabado, precisamente, el encanto de su concisión en un contexto editorial en el que solo parecen triunfar los novelones de más de quinientas páginas (como si los libros se vendieran “al peso”) aunque la mitad de su contenido sea pura morralla.
Bien. Decía que empecé por Sabor a canela, la segunda entrega de sabores, editada esta por Planeta y ya con ciento y pico páginas más que la anterior. La estructura, idéntica: muchos capítulos breves y una forma de narrar directa, poética, desnuda, sensible y con ritmo (y tema) musical, casi como si se tratase de un cuento infantil con moraleja de esfuerzo y superación. Bonito y tierno. Muy bonitas, sobre todo, las primeras páginas, antes de que los meandros del argumento comenzaran a perderse en vueltas y revueltas algo forzadas. Pero en conjunto me gustó, tanto como para decidirme a probar el sabor original, el de chocolate.
¿Y qué? Pues una pequeña decepción. Otra vez lo mismo, casi exactamente lo mismo. Esta vez la novela me pareció una auténtica chorrada. Y lo siento, porque la idea es atractiva y está claro que tiene adeptos… Aunque estoy segura de que de haber empezado por el chocolate, habría preferido este y habría sido la canela la que me resultase empachosa por repetitiva. ¿El problema? La fórmula tiene magia, lo admito, pero es de un solo uso. ¿El culpable? Supongo que la avidez de los grandes grupos editoriales, que pretenden darse un inmerecido atracón de chocolate, canela y hasta de maná y ambrosía tentando con sus cantos de sirena la vanidad (o la necesidad) del escritor. Cualquiera se resiste a que el más grande le publique a uno sus obras. Todos picaríamos, seguro.
Pero, como dice mi Rafa, nada en esta vida es gratis. La editorial grande es capaz de lanzarte a la fama y convertirte en el bum de ventas del año, sí, pero imponiéndote unas reglas que quizá, a la larga, no sean las más convenientes para el autor en tanto autor. Al final la literatura tendrá sabor a podrido. Una verdadera pena…
(Nota: En esta entrada no pretendo reseñar las novelas aludidas, sino solo reflejar mi opinión sobre el tema editorial; tema que, como escritora y lectora, a mí me preocupa mucho)
No hay comentarios:
Publicar un comentario