Un final para nuestro mundo

¿Somos quienes creemos que somos? ¿Es el mundo como creemos que es? ¿Y la realidad tal como la percibimos? ¡Ah! Eso no está tan claro, al menos después de leer Los cazadores de almas, una novela de Petru Cimpoeşu (Mira Editores, colección Sueños de tinta nº 7, Zaragoza, 2010, 364 páginas).
¿Existe la isla de Roland, epicentro de la trama? Yo no he sido capaz de encontrarla en el atlas. Claro que Cimpoeşu tampoco da muchas pistas en su novela, aparte de localizarla en algún punto ignorado del inmenso Pacífico sur. Pero se supone que de eso se trata, de no saber nunca si lo real es lo real o solo una apariencia inducida.
Los cazadores de almas desvela sin desvelarlo un increíble complot urdido en las más altas esferas de la Securitate rumana para repoblar el planeta con una especie de metahombre, el perfecto socialista ─en realidad un clon─, en dura pugna con la CIA por hacerse con el control de Roland. Por sus páginas hilarantes desfilan algunos de los personajes más controvertidos de la historia de las últimas décadas del pasado siglo: Nixon, Ceauşescu, Bréjnev…, junto a las teorías científicas y pseudocientíficas más peregrinas y extravagantes de la nueva ola (hipnosis, levitación, magnetismo, percepción extrasensorial, ovnis y extraterrestres…).
Con una puesta en escena esperpéntica, friki a más no poder y acaso sórdida, Los cazadores de almas es una novela preñada de humor inteligente y de ironía. Pero, ojo, se trata de un humor distinto, venido del Este, más amargo y más lúcido, y de una ironía más ácida, a medias entre la ternura y el sadismo. En la isla de Roland todo puede suceder (incluso que la isla no exista) y nada debe sorprendernos… Si en remotos atolones del Pacífico se hizo ciertamente explosionar la bomba de hidrógeno, ¿por qué no suponer que se realizasen experimentos con vidas humanas, con cerebros humanos, con sentimientos humanos, con percepciones humanas? Es el llamado experimento Armaggedon: el fin del mundo sin destrucción, concebido como un cambio absoluto y total de nuestra forma de percepción. ¿Y de verdad podemos estar seguros de que eso realmente no sucedió?
Una novela sorprendente, inquietante, escalofriante, pero también divertida y, sobre todo, magníficamente escrita. Como dice Andrei Terian en la contraportada del libro: «…más allá de los elementos paródicos y grotescos, la novela está dotada de una cara oculta, introspectiva por la agudeza del análisis y aterradora por la verosimilitud de las hipótesis en ella sugeridas. (…) Unas hipótesis que, sin embargo, rehúyen la categoría de tesis».
A mí me ha parecido estupenda y diferente. Absolutamente recomendable. Con la sorpresa añadida de su capítulo final, que se titula ¡El gato de Schrödinger!


2 comentarios:

roberto dijo...

Habrá que leerlo, desde luego. Tal y como lo cuentas, pinta de maravilla.

Por cierto, uno de mis escritores favoritos es el también rumano Mircea Cartarescu.

Teresa Sopeña dijo...

A mí me ha parecido una novela estupenda. Y gracias por el soplo de Mircea Cartarescu, Roberto. No lo conocía, pero pondremos remedio.