2666, esa cifra enigmática (solo para adictos a Roberto Bolaño)


Jorge Herralde, departamento directivo de Editorial Anagrama, calle Pedró de la Creu, Barcelona, febrero de 2016. Me hacía mucha gracia tenerlos allí sentados, tan nerviosos y seriecitos, tan formalitos, así que para distender el ambiente les ofrecí tomar un refresco. Una coca-cola y una naranjada, vale, muchas gracias. Ninguno de los dos aparentaba tener más de trece años. Ella era rubia y pecosa, peinada con dos trencitas, una niña muy mona. Él llevaba gafas y tenía cara de listo. Qué carajo, pensé, estos dos críos nacieron el mismo año que falleció Arturo. Entonces buscáis información acerca de Arturo Belano, les dije, y ellos movieron las cabezas afirmativamente, casi al unísono. Pues bien, os diré una cosa, continué, Arturo Belano se sentaba siempre exactamente en esa misma silla que ahora ocupas tú. Ella abrió mucho los ojos. ¿De verdad? Claro que sí, ¿te hace ilusión? Y ahora, decidme, ¿por qué yo? Los chicos pusieron cara de no entender. Sí, hombre, sí. ¿Por qué venís a verme precisamente a mí? El chaval hizo un gesto de fastidio. Pues porque nadie sabe más que usted acerca de Arturo Belano, por qué va a ser, casi resopló. Eso es muy probable, admití, pero a mí lo que me ha impresionado muchísimo es vuestra audacia, sí, sí, vuestra audacia, vuestro valor, porque al fin y al cabo yo soy el fundador de una empresa editorial de gran prestigio y vosotros dos estudiantes de… De primero de ESO, se apresuró a contestar ella y enseguida se puso a mordisquear la pajita con la que sorbía su coca-cola, nerviosa. Bien, habéis apuntado alto y eso es positivo, chicos, y estoy encantado de poder serviros de ayuda. Ambos me miraban fijamente y yo también me puse algo nervioso, la verdad, y pensé que no sería mala idea tomarme un güisquicito con soda. Trajiné por el despacho para servirme la dichosa copa, espiándoles por el rabillo del ojo. Qué majos. Así que vais a hacer un trabajo sobre Arturo Belano. ¿Y ya tenéis el título?, pregunté por preguntar. Sí, se va a titular “2666, esa cifra enigmática”. ¿2666? ¿Habéis leído vosotros 2666? Afirmativo. Movieron sus cabezas al unísono. Caramba con los chavalines. Hay que ver qué listos, qué majos, tan tiernecitos y enfrentándose a la novela más densa, más total, más vertiginosa, más enigmática, más sublime, más procaz y de mayor complejidad narrativa escrita en castellano en las dos últimas décadas… y, al mismo tiempo, tan amena, tan trágica, tan entretenida, tan irónica, tan… Pensé explicarles que esa novela es como un árbol gigante en pleno crecimiento contemplado desde arriba, extendiendo ramas y más ramas, siempre permeable a otras historias, a otros desarrollos… Pensé con cierta ternura en Amalfitano colgando su tratado de Geometría de las cuerdas del tendedor, pensé en el pequeño Hans Reiter enfrascado en la lectura del libro Algunos animales y plantas del litoral europeo, en el pequeño Hans Reiter emergiendo de las aguas con sus ojos de alga enrojecidos y entonces pensé con horror en las descripciones de los crímenes de Santa Teresa, en las violaciones por los dos conductos, en la baronesa Von Zumpe llorosa de placer atravesada por la verga de treinta centímetros del general Entrescu y temí que 2666 no fuera una lectura apta para unos niños de trece años (¡había tanto mal en ella! Sobre la estética del mal, quiero decir), aunque quizá sí. Pensé explicarles que esa cifra, ese año, 2666, alude a la visión de Auxilio Lacouture de un cementerio descrita en Amuleto, otra obra de Belano, que todas las novelas del autor están relacionadas y que todas esas tramas nacen de la premura de Arturo y también, ¿cómo decirlo?, de su aceptación, de su clarividencia, de la visión conjunta, panorámica, escatológica, de ese inmenso escenario múltiple que incluye al propio escenario y a la tramoya y a todos los actores. Pensé también en Maribel, mi secretaria, Maribel exhalando su aliento con olor a chicle de hierbabuena, que me había instado a no entretenerme demasiado con los dos críos, don Jorge (¡oh, ese olor a hierbabuena!), recuerde que a las siete en punto tiene una cita importantísima con un agente importantísimo y pensé al carajo el agente y me serví otro dedalito de güisqui sintiéndome, de repente, entre conmovido y cansado. Pensé explicarles que a mí me gusta mucho más Belano que García Márquez, pero de largo, vaya. Pensé explicarles pero no dije nada, estaba como mudo… Los miré y me di cuenta de que el chico hablaba, claro que conozco la visión del cementerio de Auxilio Lacouture, decía, pero yo tengo otra teoría, 666 es el número de la Bestia,  y 2666 es el mundo contemplado por el autor como engendro de la Bestia. Creo que lo del dos está puesto para despistar. Yo seguía mudo, contemplándolos de hito en hito, sintiéndome tan embelesado y tan decepcionado como Amadeo Salvatierra ante el develamiento lógico de "Sión", el único poema de Cesárea Tinajero. Eso es todo lo que queda de Arturo, pensé, un número, una cifra enigmática. La Cábala. Apocatástasis. La fantasía nocturna de un niño superdotado. Suspiré, mudo y triste y, de repente, muy feliz, felicísimo, a punto de explotar de felicidad. ¿Cómo te llamas, hijo? El chaval sonrió dulcemente. Arturo Belano. Eso fue lo que me contestó.


   

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