Vivir de la literatura o para la literatura


Hace algunos días la polémica escritora Lucía Etxebarria anunciaba a través de las redes sociales su decisión de dejar de escribir. El motivo aducido por la autora: que las ventas de sus libros habían caído en picado a causa de las descargas ilegales en Internet, por lo que se vería obligada a aumentar el número de colaboraciones periodísticas, radiofónicas, televisivas, etc. para poder seguir pagando sus facturas (y el colegio de su hijo, snif, snif) en detrimento del tiempo dedicado a escribir sus novelas. Se me ocurren muchas respuestas, pero solo haré un comentario al respecto: ¡Dichosa tú, Lucía Etxebarria, que has podido vivir unos cuantos años del producto de tu escritura! Dichosa tú, porque seguramente no escribes mejor que otros que no han llegado a conseguirlo…
Porque la pregunta es ¿pueden vivir los escritores de la literatura? Y la respuesta es no. Muy pocos. Y, desde luego, de hacerse millonarios nada de nada, como no sea J. K. Rowling. La mayoría de los autores se busca la vida como puede, con colaboraciones en los medios de comunicación, impartiendo charlas, cursos, talleres y conferencias, escribiendo guiones de lo que sea, revistas literarias y alguna columnita en prensa o llevándose premios (pequeños o grandes) y cosas por el estilo. Pero todavía existe una mayoría más numerosa de autores que ni siquiera eso… Son los que, además de escribir, tienen que currarse una jornada de siete horas diarias (o más). E incluso entre esa gran mayoría (de la que yo formo parte) hay unos más privilegiados que otros… No sé, estoy pensando en profesores de universidad o de instituto, que por lo menos mantienen un contacto permanente y profesional con el mundo de la cultura. Pero los demás… Personalmente conozco a un policía local, a un librero, a un pastelero, a un cuentacuentos y animador sociocultural, a algún informático y a bastantes funcionarios… Sé también de abogados, de fotógrafos, de actores y actrices, de una enfermera, de amas de casa que bregan a diario con papillas y pañales y de un mercero. Mi admirado Roberto Bolaño fregó platos en restaurantes de poca monta, fue vigilante nocturno en varios campings de costa amén de vendimiador en Francia, vendió bisutería en una tienda de Blanes y, si hemos de creer al pie de la letra lo relatado en Los detectives salvajes, es posible que hasta hiciera de camello. Julio Cortázar fue empaquetador de libros en una editorial parisina antes de trabajar para la Unesco y de triunfar con Rayuela, tareas todas (me consta) que desempeñó con igual dignidad y esmero. Eso por citar dos insignes ejemplos.
En cuanto a mí, por si le interesa al hipotético lector de este blog, trabajo desde hace treinta años como auxiliar administrativa en el servicio aragonés de Salud donde he hecho un poco de todo, desde tomar datos en una ventanilla de urgencias y ser secretaria en una planta de hospitalización hasta meter y sacar dosieres (en la actualidad) en el archivo del CME Ramón y Cajal de Zaragoza, en un sótano atestado, polvoriento y maloliente, plagado de humedades, donde no escasean las visitas de las amigas cucarachas. Siete horas diarias arrodillándome en el suelo y encaramándome a las alturas en inestables escaleras. En fin, moviendo brazos y piernas (eso sí, me ahorro el aerobic y el gimnasio y me mantengo bastante “cachas”) y llegando a casa poco menos que baldada.
¿Y cuánto gana un escritor escribiendo? Por supuesto, depende del número de ejemplares vendido. La editorial viene a pagarte entre un ocho y un doce por ciento del precio de cada volumen, descontando el IVA. Es decir, una media de unos dos euros por libro (en mi caso más bien un euro sesenta céntimos). Así que calcule el lector. Si uno (o una) es un superventas, la cosa aún funciona. En caso contrario… hay que tener una gran vocación o más moral que el Alcoyano o mucha fe en las posibilidades de uno (o una) o padrinos y contactos verdaderamente poderosos… Y desde luego el escritor currante lo tiene bastante más difícil para alcanzar la fama, el éxito y las superventas (¿Fama? ¿Qué es eso? ¿Éxito? ¿Para qué sirve? ¿Para volverse, inevitablemente, muchísimo más comercial con alarmante merma de la calidad literaria?), a pesar de que hoy en día, desde que existen el ordenador e Internet, se allane bastante el camino. Yo he hecho un cálculo grosso modo. He escrito siete novelas y bastantes relatos. De todo lo escrito he conseguido publicar cuatro novelas y un relato en una antología (y he de considerarme muy afortunada: muchos no llegan a publicar jamás). La tercera novela me la publiqué yo misma y la cuarta acaba de salir a la venta; por lo tanto ninguna de estas dos cuenta. Hablo entonces de dos novelas y un relato con los que he ganado, grosso modo como digo, unos seiscientos euros, a los que habría de restar celebraciones y cuchipandas varias. La conclusión es obvia: me he esforzado mucho teniéndolo casi todo en contra, no soy famosa, no soy superventas, me leen mi familia, mis amigos y algún otro despistado. A pesar de ello, debo decir que escribir me ha hecho (y me hace) sentir realizada, a gusto conmigo misma; es casi una cuestión de crecimiento personal. Pero no creo ser en nada un caso especial. Lo digo por todos aquellos que escriben (y son muchos, casi legión) con la ilusión de triunfar. Lo asombroso es que cada vez sean más. Pues ánimo, que lo necesitan, porque pocos lo conseguirán. ¿Qué será de los demás? Algunos porfiarán, alcanzarán la meta o no… Algunos quizá, como Lucía Etxebarria (aunque no sé por qué, pero en su caso no me lo creo), dejaremos de escribir apagado el empuje inicial. En cualquier caso, eso será indiferente. Nada cambiará. Otros seguirán y seguirán viviendo para la literatura.              

(...en el mejor de los casos)

1 comentario:

Luis Borrás dijo...

Lo de Lucía Etxeberría es simple publicidad de sí misma. Algo realmente patético y vergonzoso.
Y por lo que comentas, muy realista y absolutamente cierto. Escribir no sirve para casi nada. Entonces ¿por qué se hace? Pues sí, por uno mismo, por pura hambre, necesidad de hacerlo, por no caer en el vacío.
Un abrazo