Ilustración de Howard Pyle
Son treinta y siete opiniones distintas, treinta y siete perspectivas diferentes, treinta y siete reflexiones (algunas
mejor argumentadas que otras, pero todas importantes), que representan treinta y siete
puntos de vista acerca de un mismo libro: son los treinta y siete trabajos críticos sobre Libertalia realizados por los alumnos de
Teoría de la Literatura de primer curso de Filología 2011-2012 de la
Universidad de Zaragoza.
Tenerlos en mis manos es un verdadero lujo, una oportunidad de
oro para cualquier autor porque te permite mirar tu obra con otros ojos,
seguramente más frescos y perspicaces… En fin, que tras un primer examen he
podido comprobar que algunos de estos trabajos son verdaderamente muy críticos,
lo que demuestra, para satisfacción mía, que Libertalia es una lectura que no ha dejado indiferente a casi nadie,
que se trata de una novela capaz de crear polémica y reflexión, de suscitar
sentimientos enfrentados, de gustar mucho, no gustar, molestar o decepcionar,
pero siempre con un denominador común: todos los alumnos terminan por reconocer
que, al menos, les ha hecho pensar.
De entre estos treinta y siete trabajos, sin menoscabo de todos los demás, me
gustaría destacar algunos cuyo enfoque, compartido o no, me ha parecido más
sólido. No son necesariamente los mejor calificados por el profesor de la
asignatura, sino los que más me han gustado a mí:
No puedo dejar de citar en primer lugar a Joaquín de Carpi Mimbela. Considero realmente bueno su trabajo
sobre los diferentes conceptos de libertad en Libertalia. Atinado, sincero y erudito. Mi enhorabuena. También me
ha gustado mucho el realizado por Lucía
Lizarbe Casado, su estudio de Libertalia
en clave de intertextualidad, su análisis de las estructuras formal y
semántica, su percepción de los diferentes niveles narrativos presentes en el
texto, necesarios para crear una novela completa y compleja. Otro trabajo excelente
es el de Pablo Calvo González, con
sus “Mil y una voces de una aventura pirata”, y los de Hada Torrijos Suelves (Hada da en el clavo afirmando que «…más bien
la ha escrito [la novela] para sumir a todo el que la lea en un estado de
reflexión continuo.»), Simone Bernucci,
María Hernández y Marta Oria de Rueda, con quienes,
además, mantuve una fructífera y entrañable correspondencia electrónica, o el
de Oriana López Pérez acerca de la
marginalidad y libertad en esta novela. Me dejo muchos. Bien por Helena Ríos Rodríguez (sí, Libertalia es, decididamente, una novela
romántica) y por Samuel Llonga Ejarque
(Libertalia es, también, una novela
que defiende las ideas ilustradas). Y para terminar, me gustaría citar las
palabras de otro alumno, Borja Resa,
tomándolas como precioso piropo: «Julio Cortázar decía que no hay temas buenos
ni malos, sino temas bien tratados o mal tratados. Para mí, está bastante claro
que Teresa Sopeña no solo los ha elegido bien, sino que los ha tratado
magníficamente». Me has dejado sin palabras, Borja.
Pues bien, gracias, muchas gracias a todos ellos, porque si la escritura
de Libertalia perseguía algún
objetivo era, precisamente, ese «hacer pensar» a sus lectores. No dar nada por
sentado. Afirmar una tesis para luego, por boca de otro personaje, negarla.
Hacer dudar. Hacer creer. Ofrecer conocimiento. Profundizar. Exponer no treinta y siete
opiniones distintas, sino todas las posibles para mostrar una realidad
poliédrica, facetada, huidiza, controvertida, abstraída a conceptos múltiples y
únicos, «como el mar, como la mujer, como la vida, como la libertad…».
Escribirla ha sido, para mí, la aventura
más fascinante.
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