Día del Libro (Entre espinas y ladrillos)


Jorge Javier Vázquez, Risto Mejide, Mercedes Milá, María Teresa Campos, Sandra Barneda, Carmen Lomana, Ángel Llátzer, Loquillo (sin los trogloditas)… ¿Que parece el menú de una programación televisiva? Pues no, no lo es. Simplemente son los nombres de algunos de los ¿autores? que encabezaron la lista de los libros más vendidos el pasado 23 de abril.
A mí me pilló la juerga en una localidad de la costa catalana y, claro, hubo rosas (con espinas) y hubo libros, aunque encontrar una lectura decente entre tanto batiburrillo pareciera por momentos una misión imposible (que no una Misión Olvido). Si a nuestro hipotético lector no le van las sombras de Grey, ni las novelas tipo ladrillo que edita el grupo Planeta o Random House Mondadori, ni el oportunismo de actualidad, ni los libros de famosos y quiere encontrar calidad, lo mejor es que se dirija directamente a rebuscar entre los puestos de libro usado.
¿Novedades literarias? ¡Pero si lo que se vende el Día del Libro no es literatura, es mercancía! Que no, que el lector-lector no necesita Día del Libro para comprarse un ídem, que ya lo hace él solito cualquier día del año. El Día del Libro es un día de fanfarria, la apoteosis del consumo de un objeto de tapa dura de colores y hojas numeradas con cualquier cosa escrita (total, da igual, nadie va a leerlo…). ¿Por qué los programas educativos no fomentan la lectura de verdad, en lugar de celebrar un solo día la lectura basura? ¡Ah! ¡Que fomentar la lectura desarrolla el espíritu crítico y creativo de los individuos! ¡Claro! Pero es que no somos individuos, somos clientes, meros consumidores que se dejan narcotizar con el soma del placer dosificado y facilón.  ¿Pero es que alguien se imagina a Jorge Javier Vázquez o a Carmen Lomana (¡toma ya!) dándole a la pluma o a la tecla, discurriendo, corrigiendo y puliendo para parir un libro medianamente digno? La verdad es que yo no me imagino ni siquiera a la Milá, que presume de leída (por cierto, vaya vulgaridad el título de su libro: Lo que me sale del bolo. ¿Quizás quiso decir del c…? Pues eso).
Y yo, que me creía escritora (pero de las que sí que le dan a la tecla, discurren, corrigen y pulen echándole mucho amor, mucho tesón), me puse verde de envida y con cara de tonta, sin saber si llorar o reír, castigada en un rincón, viendo cómo la Lomana, con ese ‘glamour’ tan glamuroso, tan inteligente, vendía en cinco minutos más que yo en todos mis años de autora. Perra vida…

(La fotografía es obra de Harvey Nichols)
    

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