"CronoMetro"



A finales del mes de agosto, cuando mi etapa de vagancia tocó fin y decidí reabrir este blog, anuncié  para septiembre la aparición en versión Kindle de dos novelas inéditas. La primera de ellas ha sido Tic-Tac, y desde aquí quiero dar las gracias a todos mis lectores, pues durante los cincos días que duró la promoción de presentación tuvo más de 400 descargas (y lo pongo así, con números, porque la cifra impresiona más). No sé si es mucho o es poco para los parámetros de Amazon, pero a mí me parece fantástico, todo un éxito y ojalá que quienes la lean no se sientan decepcionados. La conversión a la edición Kindle originó algún pequeño problema de formato con los poemas que inician cada capítulo (y pido disculpas por ello) que ya ha sido solucionado.
Dicho esto, paso a comentar la segunda de las novelas, que se titula CronoMetro (aquí).
Empezaré por decir que CronoMetro es una novela rara y que yo, que soy su autora, ni siquiera sé si trata de una novela o de un texto, así, sin más. Quienes me conocen bien saben que soy muy dada a la práctica del onanismo mental y CronoMetro, como El caso Prometeo, es un resultado de ello: una narración pajillera. Así que quien busque lectura escapista, de la de usar y tirar, entretenida pero banal, que no la lea. Realmente, no sabría a quién recomendársela. Sí a Rafa, mi marido, a Berta y a Susana, mis amigas, a mi hermana Patricia, o a Adrien Royo, otro amigo (autor de la imagen de portada de mis Cuentos Misántropos). Seguro que le puede gustar a muchísima más gente, porque tampoco es la leche ni yo quiero resultar pedante, pero si no sabes quién fue Cioran, o Paul Celan, o Françoise Sagan, y conoces a Cortázar solo un poquito de oídas, tampoco la leas.
¡Pues vaya forma de hacerse publicidad!, seguro que piensa más de uno. Pues es que yo no quiero engañar y prefiero ser sincera, que mi lector potencial sepa lo que se va a encontrar.
En la obligada sinopsis que acompaña a todo libro edición Kindle reza lo siguiente: «Anecdotario, crónica en tránsito, miscelánea, diario íntimo, colección de encuentros, catálogo de tipos, historia en negativo de un siglo que se nos fue... Texto singular, en todo caso, relatado desde los laberintos del metro de París —Sírap para el lector, ciudad de la oscuridad— donde se dan cita personajes de ficción, como Cirus, el buhonero; Desideria, el amor imposible; Lev Landau, el judío; Claire Morel, la asesina o Ulises Lima, el poeta maldito recreado por Roberto Bolaño, junto a otros, bien reales, que dejaron su huella indeleble en el sentir colectivo: Françoise Sagan, Julio Cortázar, Cioran o Paul Celan». Y de eso va, más o menos. El protagonista (cuyo nombre desconocemos) es un tipo excéntrico y sensible a quien una fotofobia crónica ha confinado para siempre a las galerías del metro de París. Deambula por sus túneles, viaja en sus vagones, observa y escribe crónicas que luego publica en el periódico Le Figaro. Su historia es un transitar perpetuo, una sucesión de encuentros estructurada en capítulos cuya cronología establece una noticia de prensa, quizá no la más importante del día, pero quizá sí la más curiosa.
El texto, novela, o lo que quiera que sea, es corto (97 páginas según las estimaciones de Kindle), y las once últimas no son mías: transcriben un cuento de Julio Cortázar titulado «Manuscrito hallado en un bolsillo», publicado en 1974 en su libro de relatos Octaedro. Lo he incluido porque es un cuento de metro que me encanta y me venía al pelo para concluir mi historia.
¿Qué más podría decir? Que la novela la escribí en un momento de crisis existencial, de oscuridad y duda (de esos que me asaltan tan a menudo) y que se trata de un texto en el que, básicamente, me planteo una pregunta: Desde un punto de vista ético y moral, ¿nos hace ser mejores el conocimiento?
Eso es todo, y ahí queda.     

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