“Leo Circus”, la magia de un mundo encantado




Es algo inusual en mí dedicar dos comentarios seguidos a un mismo autor, pero como este libro, además de escribirlo Roberto Malo, lo ha escrito también Joe Álamo, el hecho inusual queda subsanado. Y de Leo Circus podría decir un montón de cosas.
Una de ellas, la primera, es que se trata de un libro precioso, un libro mágico, un libro lírico, un libro maravilloso.
Otra, que lo compré para regalárselo a un chaval de 9 años (mi sobrino Alberto) y que después de leerlo decidí que no, que un niño gamberrote que “no para quieto”  un momento, aunque tenga bastante sensibilidad artística y sea muy creativo y le guste dibujar y, sobre todo, hacer esculturas y dioramas con cuatro cartones y dos palos (o lo que encuentre por ahí), no le iba a sacar el jugo a una historia tan especial, tan densa, tan bonita y con tanta enjundia. Así que cambié el destinatario del cuento. Me pareció más adecuado regalárselo a la niña que aún permanece escondida dentro del cuerpo de una tía de 54 tacos. Sí, afirmo, Leo Circus es un cuento para que lo lea una niña (o un niño) de esas características, como pasa con El principito o con La Historia Interminable, con El mago de Oz y con algunos cuentos de Andersen o de Oscar Wilde. No son libros para niños de verdad, sino para que los lean esos otros niños disimulados que habitan en la piel cansada y trajinada de adultos soñadores. Incluso las ilustraciones —extraordinarias, por cierto—, obra de Verónica Leonetti, son para que las disfrute el tipo de niño o niña al que me estoy refiriendo. (Igual exagero. A lo mejor con 14 o 15 años también se pueden apreciar las virtudes de este cuento; pero en estos tiempos de smartphones, tablets y consolas en 3D… no sé, lo dudo). Pues nada, no le pongo edad al lector potencial de este libro tan singular, sino solo un requisito: que sea un lector-lector.
Más cosas que decir. La estructura narrativa es canónica y se ajusta a la perfección, en sus inicios, a algunos de los preceptos enunciados por Vladimir Propp en su Morfología del cuento: El héroe se aleja del hogar e inicia un viaje (Leo se queda solo porque se mueren sus padres y decide salir a explorar el mundo); sobre él recae un problema o prohibición (en este caso sus ojos sin párpados, sus ojos de pez) y durante el viaje (que casi siempre discurre por un bosque oscuro y tenebroso) el héroe corre una suerte de peripecias que suelen incluir un engaño o una traición que nuestro protagonista deberá resolver. ¿Y cómo las resuelve Leo? Con bondad y generosidad. Los personajes que encuentra en su caminar, a pesar de parecer malvados, son seres frágiles, acongojados, conmovedores. Wesley, el pirata que acumula en un arcón la vergüenza de todos los corazones rotos, palpitantes, de aquellos a quienes ha causado dolor; Licaón, un hombre lobo enfermo de amor; Lucila, la bruja (¿o es un hada?) que le concede a Leo un regalo inesperado y sorprendente; y Ladrón, un bandido fracasado que no roba por pura compasión.
Pero mientras tanto (y aquí nos alejamos ya de lo canónico), en un lugar (suponemos que remoto y desconocido) al que se llega dirigiendo nuestros pasos hacia el ocaso del sol, se celebran las funciones de un circo muy especial. No es un circo de trapecistas, payasos y malabaristas. No. Es el circo del corazón. En él, Impávido y Amapola reviven, función tras función, la pasión del amor que hace arder y funde el hielo; Arrullo embelesa al público con el canto de la Madre Tierra… Y todos los días, en cada espectáculo, se produce un prodigio del corazón. Ese lugar se llama CIRCUS.
Y aún quedan más cuestiones que plantear —al margen, o en el origen— sobre este libro maravilloso. ¿Cómo funciona eso de la escritura a cuatro manos? Es un tema que me intriga y me fascina. Se me vienen a la cabeza algunos ejemplos (pocos, seguro que me dejo muchos). Uno muy conocido es el de Honorio Bustos Domecq, y más tarde el de Benito Suárez Lynch, seudónimos utilizados por Borges y Bioy Casares para escribir a la par sus relatos policiales. Otro, único y excepcional, el de Roberto Bolaño y A.G. Porta. Me refiero a la enigmática novela Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (comentada en este blog). Y aquí en Aragón, ahora mismo, hay varios: Galgo Cabanas, o simbiosis de Óscar Sipán y Mario de los Santos; María Pilar Clau y Mariano Gistaín; Fernando Lalana, que suele colaborar con José Mª Almárcegui o con Luis Puente y, por supuesto, el propio Roberto Malo y Francisco Javier Mateos. Pero a este último dúo literario ya estamos acostumbrados. Con Leo Circus la cosa es diferente. Para mí, ha sido casi inevitable jugar a descubrir cuál de los dos ha escrito qué. Y me voy a mojar aunque yerre. Así, de entrada, yo diría que los episodios de Circus son más de Joe que de Roberto. Pero a Roberto lo descubro por completo en el encuentro con Ladrón. A él solito, ¿sí?, por el tono de los diálogos y la frescura de estilo. Pero ni idea de cómo lo hacen. ¿Uno imagina y otro escribe? ¿Ambos fabulan y escriben y se reparten ciertos capítulos, ciertos pasajes, o colaboran en todo momento? No añado más. Ya lo he dicho, es solo un juego de espejos frente a espejos, un suponer. En cualquier caso, el resultado es magnífico. ¡Chapó!
Quien lea Leo Circus (y ojalá que sean muchos), si le apetece, que se devane los sesos. A mí solo me resta felicitarles. A los tres.


Algunas de las maravillosas ilustraciones de Verónica Leonetti para Leo Circus:
       




4 comentarios:

roberto dijo...

Mil gracias, Teresa. Ya te comentaré cómo es eso de escribir entre dos y qué partes son de cada uno...

Teresa Sopeña dijo...


Muchas gracias, Roberto, por ser siempre tan agradecido. Para mí es un placer leerte y comentar tus obras. Hay en ellas una frescura que no suelo encontrar a menudo y es la frescura que hace que tus personajes tengan "alma".
Y muchas gracias también por contarme vuestro secreto. Pero con Ladrón no me pudiste engañar, ¿eh? El cuento es realmente precioso, lo habéis bordao entre los dos.
Un beso. Ya nos iremos viendo por ahí.
Teresa

Anónimo dijo...

Gracias, Teresa; me alegro de que Circus te haya gustado y hayas tenido el detalle de reseñarlo. :D

Joe Alamo

Teresa Sopeña dijo...

De nada, Joe. Lo hice de mil amores porque el cuento me encantó. Ojalá lo lea mucha gente porque es pura magia y maravilla.
Un abrazo y suerte.