Escribir Como héroes...


...supuso un reto importante. El principal, ya lo he dicho, era el manejo de un tema tan delicado. “Ay, hija, en menudo jardín te has metido. No sé cómo vas a salir de él”, me decía mi madre. Y yo le contestaba que seguro que salía, que la novela estaba quedando bien y que, más o menos, lo tenía todo bajo control. Pero pasé mis apuros.
Para el sustrato ideológico tenía mucha documentación: la que yo misma había recopilado, algunos años atrás, para un trabajo de la Universidad que llevaba por título “La enfermedad y la muerte”. Dar vida a la novela, en cambio… Por ejemplo, yo no había estado nunca en Houston. Consulté guías y guías, atenta incluso a los horarios de los aviones. La cuestión del Centro Médico se resolvió gracias a la página web del M.D. Anderson International, que facilitaba una visita virtual a sus instalaciones. Contaba entonces con la ayuda inestimable de mi amigo Serafín Villén, que ejercía de documentalista y me conseguía de todo… hasta el vídeo de una operación quirúrgica igual a la que le practicaban a Gorka. Y, además, montones de páginas sobre el cáncer, especialmente en relación con la adolescencia.
La novela seguía adelante. Ahora recuerdo esa época con un cariño especial. Todos los que me rodeaban estaban muy motivados por aquello de tener una hija, una hermana, una mujer, una madre o una amiga escritora en ciernes. Todos ellos leían el borrador a medida que crecía. Otro amigo, Alberto Arranz, me llamaba a casa y lo primero que hacía era preguntarme por Pere y Joan…
Y eso que yo, a pesar de asegurarle a mi madre que sí, que sí, no las tenía todas conmigo. A veces tenía la sensación de estar escribiendo el argumento de un telefilm dominical. No quería resultar frívola, ni trágica, ni pastelón. Lloré escribiendo algunas de aquellas páginas. Y también me reí mucho. Y por fin la terminé. Eso fue en diciembre de 2006. Y en mayo de 2007, Juan Bolea me presentaba a Joaquín Casanova, de Mira Editores. “Tráeme todo lo que tengas escrito”, me dijo Joaquín, “porque puede ser que la novela que tú  prefieras no sea la que más me guste a mí”. Y allá que me fui una tarde de junio a la Librería Central con mis manuscritos para entregárselos a Joaquín.
Ese día inicié una costumbre que sigo manteniendo hasta hoy. Cada vez que acudo a la Central compro uno o dos libros de Mira (y ¡ojo! los leo). Me interesa muchísimo saber qué escriben y cómo escriben mis compañeros de solapa. Además pienso que los autores no podemos pretender interesar al público lector si ni siquiera nosotros somos capaces de interesarnos unos por otros. La cosecha de aquel primer día fue buena. Los tres libros que compré me gustaron mucho, cada uno por diferentes motivos. Fueron: Maldita novela, de Roberto Malo, un divertimento lleno de frescura y espontaneidad, como todo lo que hace Roberto; El coleccionista de láminas, de José Luis Rodríguez García, una colección de relatos breves de factura exquisita y amarga cordura; y La niebla del olvido, de Javier Gracia Gimeno, hermosa historia de un maestro rural comprometido a fondo con su oficio en esos difíciles años de la dictadura. Desde aquí los recomiendo.    

1 comentario:

roberto dijo...

Mil gracias por esas lecturas. Tú sí que sabes.