Otra vez he vuelto a correr demasiado. He dejado de contar el interludio. Galeradas y correcciones de pruebas hasta que el libro es libro y se lo entregan a su autor, como hijo recién parido, ya convertido en volumen.
Un día, allá por el mes de abril, Berta me llamó para que fuese a recoger “las pruebas” y me entregó una carpeta. Fue el primer atisbo que tuve, aún tímido, de cómo iba a ser Como héroes convertida en libro de verdad.
El contenido de la carpeta (las primeras pruebas de imprenta) era obra de las chicas de La Central (hace poco conocí a una de ellas, Mercedes, a la que le doy las gracias por su profesionalidad y amabilidad), la empresa de Huesca que se encarga de la fotocomposición de todas las obras de Mira, y mostraba las tripas de la novela ya maquetada en plan libro. Yo las tenía que revisar.
¿Y después? Después de eso pasarían al corrector, porque en Mira Editores hay un corrector de estilo. No lo conozco personalmente, pero me siento cómoda en sus manos, unida a él a través de un invisible cordón umbilical, de una suerte de complicidad. ¿Qué corrige el corrector? me preguntó un día mi amigo Jorge. Hum. Para empezar, quita acentos. Todos los acentos de lo que yo creo que son pronombres demostrativos (como este y ese) y también de los monosílabos (como rio o crio). Además, vela por la pureza de la lengua castellana y no admite extranjerismos, aunque sean anglicismos muy de moda (como marketing o whisky) y resuelve toda la cuestión de las palabras que deben, o no deben, ir en cursiva, negrita o entrecomillas. Y comas y guiones que sobran o faltan; eso sí, respetando siempre la idiosincrasia literaria de cada autor. En general, a mí me corrige poco, pero hay cuestiones –de mayúsculas y cursivas sobre todo— de las que yo me olvido y dejo definitivamente a su criterio. Simplemente, me fío de él.
Bien. Después de pasar por las manos del corrector, las pruebas, nuevamente impresas, volvieron a mí. Y luego a él. Tedioso e ineludible juego de volea que exige releer el texto con atención unas cuatro o cinco veces. Porque luego lo revisa Berta. Y entretanto se producen equívocos y desacuerdos que dan lugar a anécdotas, a veces muy divertidas. Ya las contaré. Hay una, a propósito de otra de mis novelas, La caja de gato, que tiene tintes casi sobrenaturales…
Y luego… Luego, la portada. La cara visible del libro. Importantísima cuestión. ¿Qué portada poner? Los de Mira admiten sugerencias del autor y el autor siempre las tiene. ¿Cómo no? Todos hemos soñado mil veces con nuestro libro ya no como proyecto, sino convertido en libro de verdad, con su portada y todo.
La mía fueron los rascacielos de Tokyo, que no de Houston.
Siempre había tenido muy clara la idea de unos rascacielos. Y no en vano. La primera parte de Como héroes se titula “Hacia el país de los rascacielos”. Le conté estas ideas a mi amiga Susana, quien, entre otras muchas cosas, es diseñadora gráfica, fotógrafa y dueña de un gusto exquisito. Susana pensó enseguida en una foto de rascacielos que había hecho en su viaje a Japón. Los rascacielos eran de Tokyo pero servían igual para crear la ilusión de Houston. Lo malo era que esa foto lucía enmarcada en el comedor de la casa de su madre. Ni corta ni perezosa Susana la descolgó, la desmontó del marco y mi hermana pequeña se encargó de escanearla. Ya teníamos portada. La tipografía del título (demasiado grande y aparatosa para mi gusto, pero fue elección de Joaquín, el editor) obligó a sacrificar a un pájaro que planeaba en el cielo entre los dos edificios más altos. Lástima, pues le daba a la portada un aire más metafísico. Pero el conjunto quedó bien y yo me sentí satisfecha y orgullosa. Como héroes, como libro, tenía bastante buena pinta.
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