Me gusta hablar de La caja de gato. Es mi novela preferida, así que contaré su historia. Nació una tarde de domingo mientras yo veía por la tele uno de esos telefilmes de serie B. Ni siquiera recuerdo su título o de qué trataba, pero hubo una imagen que quedó grabada con fuego en los entresijos de mi materia gris: la imagen de una chica encerrada en una especie de zulo. Una imagen de absoluta desolación y desvalimiento que, sin embargo, transmitía mucha potencia. Me dio por pensar que ese zulo era como una gran caja de gato: ya sabeis, el gato de la paradoja cuántica que puede estar vivo o muerto pero no se sabe hasta que alguien abre la caja y mira; así que el gato digamos que está "vivo-muerto", en un estado suspendido entre dos posibilidades. Si el zulo era la caja, la chica era el gato, con el desconcertante añadido de que ella, a diferencia del gato, poseía autoconciencia. El caso es que tomé nota de aquello y fui rumiando la idea, esbozando esquemas en mi cuaderno hasta que la cosa estuvo madura. La imagen de la chica del zulo podía combinarse con otra idea que a mí me tentaba mucho: la del escritor que escribe una historia a partir de un sueño recurrente. Y de ahí salió La caja de gato.
Contado así parece muy fácil, pero no lo es tanto: el alumbramiento de una novela es algo más complejo. A diferencia del poema, que es esencia de la esencia, puro meollo absoluto y desnudo de la Palabra, de la Idea, de la Belleza, del Concepto…; o incluso a diferencia del relato, que responde a un solo trazo y puede resultar por ello literariamente más definido y más depurado, la novela tiene muchos ritmos distintos, ha de mantener el interés del lector a lo largo de muchas páginas y admite –necesita— momentos de tensión y distensión, pasajes de relleno, transiciones, historias transversales, diálogo, descripción…; en suma, requiere muchísima planificación. Algunas cuestiones se pueden resolver sobre la marcha, a golpe de inspiración, pero lo normal es que el novelista siga un guion previo y riguroso. Una no sabe del todo “cómo” va a escribir hasta que se pone a escribir, eso es cierto, pero debe saber “qué” escribir o está perdida. En cada novela escrita yo he emborronado un cuaderno; un cuaderno cuyo significado solo yo entiendo; un cuaderno ni muy grande ni muy pequeño, para llevarlo siempre encima. Esquemas, bocetos, progresión de capítulos, contenidos, estructuras, enlaces, ideas sueltas…; el verdadero embrión de la novela.
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