¿Y a qué tanto rollo con la ley de Murphy? ¡Ay! Porque estos días le he dado muchas vueltas al tema.
Resulta que había organizado una escapada romántica pre Semana Santa a Bolonia (muy, pero que muy bonita y monumental ciudad, lo advierto para que quede constancia por si a alguien le apetece dejarse caer por ahí), que no conocía, y a Venecia (donde había estado hace algo así como veintitantos años), y que a las cinco horas justitas de llegar a la ciudad flotante sufrí una aparatosa caída escaleras abajo del puente de la Academia. Resultado: dos esguinces de ligamentos en el tobillo izquierdo (y soy zurda), a saber, uno de tibia y otro de peroné. Con el agravante de que Venecia es, seguramente, la peor ciudad posible para sufrir un accidente de esas características. Así que ¡adiós a la fascinante perspectiva de sumarme a la horda turística que atesta, invasora cual arrolladora maraña, canales, plazas, iglesias, museos y callejuelas! Tampoco era cuestión de volver a España y chafarle las vacaciones a mi compañero de vida y viaje. En fin, que tuve la suerte de que el hotel se ubicase junto a una placita relativamente tranquila con vistas al ábside y a la cúpula de esa pequeña maravilla, más toscana que veneciana, llamada Santa Maria dei Miracoli, y en ella —y gracias a un par de muletas— he pasado largas horas tomando el tibio sol de primavera y riquísimos capuchinos.
El lapso tedioso me ha permitido releer una novela de ambiente veneciano que siempre me fascina, Los papeles de Aspern, del genial Henry James, e imaginar la cauta y amedrentada mirada de la señorita Tita espiando a los turistas —algo atónita ante sus atrevimientos— tras las contraventanas de un oscuro y decadente palacio gótico.
Y no hay mal que por bien no venga, como habría dicho Cándido. He dado paseos en góndola y en lancha motora, descubriendo en ellos una Venecia más acuática y recóndita, alejada de las multitudes que campan sin ningún respeto en la plaza de San Marcos y alrededores. Y he esbozado una sonrisa al escuchar la extraordinaria sugerencia de otra turista española: Si Venecia se hunde, “pues que la metan en un gran acuario para que pueda seguir siendo contemplada en el fondo de la laguna…”.
(Ilustraciones de Cristina Sánchez Reizábal)
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