Lecturas de verano (3). Novela de novelas





¿Cómo habría sido el blog de Roberto Bolaño (en el supuesto hipotético de que Bolaño hubiera decidido beneficiarse —o maleficiarse, nunca se sabe— de las prodigiosas y tal vez pérfidas maravillas divulgativas, globalizadoras, universalizadoras, socializadoras y comunicadoras de Internet)? ¿Habría tenido página Bolaño en Twitter o en Facebook? ¿Se habría convertido ese blog, o esa página de Twitter o de Facebook (o ambas) en el buque insignia del movimiento literario real visceralista? ¿Habrían tenido un hueco Amadeo Salvatierra, Perla Avilés, Laura Jáuregui, Fabio Ernesto Logiacomo, Luis Sebastián Rosado, Alberto Moore, Carlos Monsiváis, Piel Divina, Angélica Font, Manuel Maples Arce, Bárbara Patterson, Quim Font, Jacinto Requena, María Font, Auxilio Lacouture, Joaquín Vázquez Amaral, Lisandro Morales, Rafael Barrios, Felipe Müller, Simone Darrieux, Hipólito Garcés, Roberto Rosas, Sofía Pellegrini, Michel Bulteau, Mary Watson, Alain Lebert, Norman Bolzman, Heimito Künst, José “Zopilote” Colina, Verónica Volkow, Alfonso Pérez Camarga, Hugo Montero, Xóchitl García, Andrés Ramírez, Abel Romero, Edith Oster, Xosé Lendoiro, Daniel Grossman, Susana Puig, Guillem Piña, Jaume Planells, Iñaki Echavarne, Aurelio Baca, Pere Ordóñez, Julio Martínez Morales, Pablo del Valle, Marco Antonio Palacios, Hernando García León, Pelayo Barrendoáin, Clara Cabeza, María Teresa Solsona Ribot, Jacobo Urenda y Ernesto García Garjales? ¿Y Juan García Madero? ¿Y la patética, tiernísima, hermosa y disoluta Lupe? ¿Y, sobre todos ellos, siempre sobre todos ellos, el inefable e inexpresable Ulises Lima? ¿Quizá también Tristan Tzara, André Breton y Philipe Souppault? ¿Y Cesárea Tinajero? Gentes. Gentes que recorren las páginas de un libro único y múltiple. Historias de historias dentro de otras historias. Vidas. Anónimas y singulares en la vasta extensión epidérmica de su otredad.
No sé si Bolaño, tan reticente a la unanimidad —a la uniformidad, entiendo: “La unanimidad me jode muchísimo”—, habría aceptado pasar por ese aro. En cualquier caso, Los detectives salvajes es novela de novelas y como tal desafía a cualquier fenómeno uniformador porque no lo necesita. Se basta sola. Una aventura lectora sin billete de retorno. Y quien no me crea que se la lea. Y que le aproveche. Con mis mejores deseos. 

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