¿Machismo literario?



                                                
A mi amiga Berta Sariñena, de Mira Editores, se lo repito con cierta frecuencia: "Fíjate en la solapa de cualquier novela de vuestra colección de narrativa. La diferencia es abrumadora; más o menos por cada doce o quince escritores hombres, una mujer".
Pero no solo en las solapas de Mira. Sucede lo mismo en las solapas de Anagrama, en las solapas de Alfaguara, en las solapas de Siruela, en las solapas de Páginas de Espuma, en las solapas de Espasa, de Edhasa, de Plaza y Janés, de Ediciones B, de Seix Barral, de Alianza Editorial… No sigo. Cualquiera lo puede comprobar. Está clarísimo que hay muchas menos escritoras que escritores. ¿Por qué? ¿Es que las mujeres escribimos menos? ¿O escribimos lo mismo pero nos publican menos? ¿Y si escribimos menos es porque tenemos menos tiempo, mucho más dedicadas que los hombres a la vida familiar? Sin embargo, en las aulas universitarias ya hay más estudiantas que estudiantes y se leen más tesis doctorales femeninas que masculinas. En los hospitales y centros de salud ejercen más médicas que médicos y en los juzgados más abogadas, procuradoras, secretarias, juezas y fiscalas… Es decir, que las mujeres cada vez se plantean más desafíos intelectuales al margen de lo doméstico. La vida familiar empieza a dejar de ser un asunto exclusivamente femenino. Pero quizá no sea tanto una cuestión de tiempo libre como de la naturaleza misma de la ocupación: escribir relatos y novelas resulta una tarea, como mínimo, poco práctica. ¿Es, entonces, una cuestión de pragmatismo versus imaginación? ¿Es eso? ¿Tenemos menos imaginación que ellos? ¿Acaso nuestro impulso creador se agota con el esfuerzo de concebir y parir y definir y estimular y salvaguardar nuevas vidas? ¿Se trata de una barrera biológica o cultural?
Decía Virginia Woolf que “una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción”. No es una queja, pero yo no tengo ni lo uno ni lo otro. Escribir es un trabajo ímprobo que se alimenta de esfuerzo, disciplina y, sobre todo, de una especie de huida continua hacia mundos insubstanciales, hacia los territorios lejanos que bordean el caos, la fábula, la locura… Todo eso requiere independencia, apoyo y reclusión. Y hay que reconocer que, como en tantas otras cosas, nosotras lo tenemos mucho más difícil.   


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