De viajes y viajeros (En el país de los cucutes)



He de reconocer que a mí, que soy capaz de pasarme tardes enteras con la nariz metida dentro de un atlas imaginando cómo será vivir en Nueva Zembla, en Siberia, en Mongolia, en Vladivostok, en la isla de Okinawa o en las Trobriand y, ya puestos, en Alaska, Terranova o Nueva Brunswick… a mí, sí, que me atraen las tierras lejanas, desoladas, ignotas y a ser posible extremas, gélidas o muy, muy cálidas, me ha conmovido el alma este paseo por los sitios de “aquí al lado, mismamente” que también son lejanos, desolados, ignotos y extremos, es decir, este paseo a pie por los Monegros ―El país de los cucutes― que propone el escritor Javier Arruga, compañero de solapa.
Y es que, como dice Javier, “ahora que ir a Venecia es ya una horterada, que en el Camino de Santiago dan el número como en las carnicerías..., o que se nos ha olvidado de qué pueblo eran nuestros abuelos, se impone, como siempre, hacer camino al andar, renovar el sentido del verso machadiano..., darle la vuelta a todo eso del viajar...”. Y es que, pienso yo, quizá la clave del asunto estribe en que no hay viajes, sino viajeros…
¿A quién se le ocurre, Dios mío, un viaje a pie (y en pleno verano) por los Monegros? Un viaje de peregrino (o de vagabundo, o de jipi reciclado), durmiendo al raso en cualquier rinconcico que se prevea acogedor (o no, que sorpresas “haylas”) pasando calor, hambre, sed, lluvia (¡sí, lluvia en los Monegros!) y también frío... Contemplando soledades en estricta soledad, esbozando pensamientos al filo del amanecer, del mediodía o del anochecer; pensamientos al filo del ser (de lo que fue, de lo que es o de lo que será); pensamientos que son como poemas gritados al viento, a esos espacios abiertos, calcinados, polvorientos, pero LIBRES… Un viaje narrado con bastante desparpajo, donde el viajero lo mismo se fuma un porro, que se hace un pajote al borde del camino o que transita por las calles de un pueblo casi fantasma mientras dialoga con los espíritus de bandoleros u otras ánimas…
Conclusión número uno: no hace falta pensar en Nueva Zembla, en Alaska o en las lejanas Trobriand. Nuestro “gran viaje” nos espera a la vuelta de la esquina, porque el “gran viaje” depende de la disposición del viajero y no tanto del lugar.
Conclusión número dos: la que esto escribe, modestamente, ya está “copiando” la idea y planea para este próximo verano un viaje a pie por las tierras del Matarraña.
Conclusión número tres (y esta dirigida exclusivamente a los alumnos de Teoría de la Literatura): ¿por qué elegir? Lo mejor es leerse los dos libros, En el país de los cucutes y Libertalia. Al menos los dos tienen algo en común. A saber, que son dos libros de viajes y mucho más…     


1 comentario:

El Arruga dijo...

Muchas gracias por tus elogios, Teresa. Tengo pendiente leer Libertalia. Si quieres hacemos un cambio con Primavera en la Guarguera... que está a punto de salir.
Y ya contarás del viaje por el Matarranya, ese mediterráneo al que le han robado el mar.
Un fuerte abrazo.