María Rosa Quintero forzó varias muecas estirando y frunciendo los labios para relajarse. Cerró los ojos y contó hasta diez. ¡Estamos en el aire! María Rosa sonrió, miró a su cámara y se dirigió a los invisibles telespectadores con su voz suave y melodiosa, levemente soñolienta, de popularísima y veterana presentadora de un programa de televisión en el inevitable declive que sigue a tantos años de fama ininterrumpida. Sus cotas de audiencia bajaban alarmantemente. ¿Cómo podía dar un buen bombazo que las hiciera subir? ¿A quién entrevistar por Navidad? La solución se la dieron, curiosamente, sus hijos pequeños: "Mami, entrevista a Dios". ¿A Dios…? La idea no era mala si se preparaba con gracia. Y ahora estaba allí, sentada en el plató frente a Dios, un Dios que era como una versión más venerable de Papá Noel, un Dios anciano de larga barba y mirada bonachona, ataviado con una túnica de blancura inmaculada. Entrevista a Dios en directo en Telebodrio, en el programa de María Rosa Quintero. Naturalmente, Dios no era Dios, sino Fefé, otro cómico en horas bajas a quien los de atrezo habían caracterizado tan bien, con sus barbas y su pelo blanco, que la propia María Rosa fue incapaz de reconocerlo tras las capas de maquillaje.
María Rosa comenzó la entrevista imprimiendo a sus preguntas un tono entrañable, entre reverente y cómplice, pero algo no funcionó. Dios se salía del guion establecido, decía cosas raras, hablaba de hambre, guerras, torturas; hablaba de abusos, egoísmo y despilfarro; de avaricia, de conspiraciones y complots… Explicaba su dolor, su profunda decepción al advertir los desmanes cometidos por los hombres, a quienes Él había creado y de quienes había esperado tanto…
María Rosa se apuraba. La simpática entrevista se le iba de las manos, imposible de reencauzar. Un chispazo de inspiración le llevó a hacer una pegunta, mejor dicho, una petición. Pidió a Dios un regalo de Navidad para esos hombres y mujeres que tantos disgustos le daban.
Dios miró a la presentadora con grave seriedad, se dio varios tironcitos en la barba y carraspeó. "Está bien", aceptó. "Os daré ese regalo de Navidad que tan amablemente me pides porque estoy absolutamente convencido de que lo necesitáis". Dios volvió a carraspear. "Os concedo tres minutos de empatía universal".
El plató de televisión se oscureció con una bruma delicadamente gris en la que flotaban puntitos luminosos del color del arco iris. Antes de entrar en la fase de empatía, María Rosa aún tuvo tiempo de observar con estupor cómo Fefé, burdamente disfrazado de Dios y exhalando un inconfundible olor a ginebra de garrafón, entraba precipitadamente al plató y se daba en las mismísimas narices con el otro Dios. Luego dejó de ser ella misma y ya no recordó nada. Caminó por desiertos pedregosos con los pies desnudos y sangrantes llevando un cántaro de agua sobre la cabeza. Montó en un lujoso Rolls Royce que la transportó a la City mientras leía la prensa económica y arruinaba o levantaba empresas pulsando una tecla de su ordenador. Sintió todo el dolor y el gozo de la humanidad. Subió a la barca de Caronte y contempló los espectros del pasado, la interminable marea abigarrada de almas que clamaban en las orillas estigias y, después, a bordo de una nave espacial volando a la velocidad de la luz, vio planetas desconocidos y ciudades futuristas. Fue pez, reptil, ave, flor, roca, ameba. Fue el propio Fefé ahogando sus penas de cómico amargado en una botella de alcohol. Fue el cámara del estudio que acababa de perder a su hijo de diez años atropellado por un automóvil (y aún no lo sabía) y fue también la regidora del programa que guardaba un décimo del “gordo” premiado en el bolsillo de su pantalón vaquero.
Cuando volvió en sí, en el plató todo el mundo se abrazaba y lloraba y Dios ya no estaba…
(Dedico este cuento a mi colega Roberto Malo, autor de numerosos relatos navideños ―alguno de ellos con premio― y bastante menos cursis que el mío. Que me has picado, Roberto…)
2 comentarios:
Oye, que me encanta picarte, viendo los resultados... Un cuento navideño ejemplar, original, divertido y muy tremendo. Me quito el sombrero.
Jo, qué bien que te haya gustado...
Me limpio un poco la baba.
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