Una ola con sabor a pez

(Ilustración de Aitana Carrasco Inglés)

Es cosa muy comprobada que cada lectura tiene su momento y que cada libro debe encontrar su lector.  Una ola con sabor a pez ha caído en mis manos en el momento adecuado y me ha encontrado bien dispuesta para reír y llorar con la historia de un pulpo y una sirena, de un faro de rayas de colores asomado a la inmensidad del mar y de una niña adorable cuyo nombre es Isla.
Una ola con sabor a pez es una novelita corta, apenas 160 páginas escritas con letra gorda, un cuento, una fábula deliciosa, tierna, poética, cargada al mismo tiempo de tristeza y de felicidad, un relato donde la esperanza se viste con un estrafalario disfraz de emperatriz y el humor se aproxima al absurdo como en una película de los hermanos Marx, vibrante de frescura y originalidad…
Oh, oh…Estoy yendo demasiado aprisa, como casi siempre. Lo que acabo de decir debiera decirse al final, porque aún no he dicho nada… Bueno, sí, he hablado de las sensaciones que me ha producido la lectura del libro, pero no de lo que pasa en él. Y el caso es que pasar, pasa poco, y lo que pasa es algo corriente, triste pero corriente, porque el mérito de esta historia no estriba en lo que sucede sino en cómo está contada, de qué modo algo corriente, triste pero corriente, se convierte en una vivencia insólita, mágica, maravillosa y, por ende, provechosa. En un cuento. Un cuento tan bonito y tan importante como pudo serlo El principito.
Lo triste y lo corriente es que Mamen, nuestra protagonista, sufre de desamor y de soledad y que, como muchos que padecen el mismo mal, huye de su ciudad buscando el mar. Para mirarlo. Infinito. Insondable. Lleno de secretos. Para olerlo. Oler a sal, a pez y a lejanía. Y allí, frente al mar, bajo un faro de rayas de colores asomado a las rocas del acantilado, una ola la arrebata y se la lleva… Y entonces empieza la magia. A partir de ese instante lo mismo de siempre, lo triste, lo corriente, dejan de serlo y se abre la puerta al mundo de la fantasía. Fantasía que no es gratuita, que va encaminada al encuentro con una misma, que proporciona olas y mares de sencilla e inmensa sabiduría, que enseña a confiar, a relativizar, a amar, a esperar… dejándose mecer por esa ola con sabor a pez.
Solo tengo que poner un “pero” y no es la novela, para mí perfecta, sino a la edición del libro: su portada, que no llega a casar del todo con el contenido por demasiado clásica; que no incita a apoderarse de él y devorarlo, a pesar de llevar un título tan lírico y sugerente.
En todo lo demás, un acierto. Humor, poesía y ternura como antídoto contra el dolor de existir en esta Babel erigida del caos por seres díscolos, edificada con lo (in)excusable, la fábula y el galimatías que conforman los humanos negándose a comportarse como inocentes infantes que juegan sus juegos a través de kilómetros y kilómetros de ilusión, y en lugar de eso se pierden (lost) en prejuicios y divagaciones que pretenden ser racionales, como la propia Mamen. Pero no, nanay de la China, oh, qué papanatas somos los adultos melindrosos, porque si vivimos la vida como si fuese un "quento" entonces todo puede salir requetebién. (No, no me he vuelto loca. Creo que esa es la receta que Núria Riera, la autora, nos susurra al oído para hacernos sonreír. Es lo que pone en el índice o, al menos, no sé si bien o mal entendido, lo que yo he querido entender).



Una ola con sabor a pez, Núria Riera Carrillo, Bartleby, 2011. 

2 comentarios:

Bartleby Editores. 1998-2008: Diez años creando lectores dijo...

Gracias por tus palabras, Teresa. Tenemos, desde hace meses, un continuo debate sobre la conveniencia o no de la imagen de la portada elegida. Añadimos al mismo tus consideraciones.

Un saludo,

Pepo Paz

Teresa Sopeña dijo...

Enhorabuena a vosotros, Pepo, por haber corrido el riesgo de publicar esa pequeña joya literaria. La portada es importante, desde luego, pero lo es mucho más el contenido.
Un saludo muy cordial,
Teresa