Navegando por las procelosas
aguas del océano Internet he encontrado esta especie de manifiesto que de
corazón suscribo y que me parece interesante copiar aquí:
«Sí, es cierto que
periódicamente doy la murga a mis hipotéticos lectores con este tema tan
manido, pero es que ahora no es para menos: corren malos tiempos para la
lírica, como decía la conocida canción del grupo Golpes Bajos. O quizás siempre
hayan corrido malos tiempos para la lírica y la crisis de la literatura no sea
algo de hoy, y los sinsabores del escritor, del juntaletras y del escribidor
sean consustanciales a este esforzado ―y casi siempre ingrato― oficio de
escribir, porque (y ya lo he dicho en alguna otra ocasión) de la
escritura-escritura son muy pocos los que viven y estos no son a menudo los mejores
(literariamente hablando), sino los que más libros venden porque ya son famosos
(léase presentadores y rostros célebres de la televisión, políticos, politicastros,
periodistas conocidos, “hijos de”, enchufados varios y otras hierbas a quienes
repentinamente les sobreviene la vocación y la aptitud literaria, que
oportunamente escriben un libro o dos a rebufo de la fama y que al poco tiempo, tan
repentinamente como les sobrevino, pierden su vocación escritoril) o tienen
buenos contactos o han sabido labrarse prestigio de intelectuales (cosa que en
este país tampoco es demasiado difícil, vale con tirar de labia y de anécdota
barata) o le dan a las masas obras de lectura fácil, entretenida, sin innovaciones
ni complejidades estructurales, de las de usar y tirar. Y aún así todos ellos
complementan los beneficios librescos con ingresos por premios (como miembros
de un jurado o como galardonados los merezcan o no, da igual), charlas,
subvenciones, conferencias, bolos y columnitas en la prensa local o nacional.
Vamos, que se lo curran, independientemente de su calidad literaria; eso sí, a
condición de estar siempre “allí”, al pie del cañón, con la sonrisa (o el ceño,
que eso es cosa del rol asumido) y la frase ocurrente a punto. Total, por unas
migajas de notoriedad. Dentro de tres o cuatro lustros nada quedará de ellos.
Dentro de un par de milenios ni el inmortal Homero recordará haber sido alguna
vez Homero. (Y digo yo: ¿cuándo escriben y cuándo leen los de esta especie, si
dedican todo su tiempo a exhibirse y venderse?).
»El escribidor normalito es
el pringadillo oficial del negocio del libro, el que menos cobra (lo habitual
es que le ofrezcan del ocho al diez por ciento del precio de cada ejemplar, y
eso descontado el IVA) y el que, si quiere vender y darse a conocer (pues vender
y darse a conocer parece ser el único objetivo de la literatura contemporánea)
ha de pasearse por ferias, firmas y presentaciones (seguramente de ámbito
comarcal) para que al final le lea solo la familia, los amigos y algún que otro
despistadillo. Justamente mi caso, con la salvedad de que yo, por vagancia nihilista
(timidez, individualismo, rebeldía), porque padezco FSG (fobia social
generalizada), paso mucha vergüenza hablando en público y prefiero quedarme en casa escribiendo, leyendo, viendo pelis o pensando en las musarañas, no me
prodigo mucho en este tipo de eventos, aunque eso lleve acarreado renunciar a
las ventas y a los laureles del reconocimiento. Además, soy muy exigente con lo
que escribo y reconozco que mis textos resultan bastante mediocres; tengo
cierta práctica y oficio, es verdad, pero sin sitio, sin género al que
adscribirme porque no me gusta repetirme ni me van los encasillamientos. Amén de que lo mío
es demasiado reflexivo y rollero para los gustos medios y demasiado poco
sofisticado para los exquisitos. Eso sí, vocación tengo mucha. Pero voy por
libre, no me apetece lamer culos (ni siquiera los de los lectores) ni
pertenecer a alguno de esos clubs de autores tan mediocres como yo que juegan
a ser literatos para sobrevivir, para destacar o para acaparar con proyectos
culturales de dudoso interés o utilidad pública los eurillos del incauto (y
ahora paupérrimo) contribuyente. Y eso, como no seas un genio (y yo no lo soy,
lo tengo clarísimo), no lleva a ninguna parte. Sinceramente, no tengo madera,
ni cuajos, ni cinismo para escribir dos chorradas de campeonato e intentar colarlas
como si fuesen literatura. La putada es que los fatuos y los cínicos aglutinan
en torno a ellos a una pequeña e ilusionada corte de escritores de segunda, a
lo peor triviales o quizás muy buenos, acaso de verdaderos narradores, y que no
hay modo de saberlo a causa de la tiranía comercial que ejercen los grandes
grupos editoriales. Se bombardea al lector con material de ínfima calidad y
bajo riesgo. El lector se conforma, lee lo que está de moda y la cultura se
estanca, bendecida y beatificada por la estupidez de todos. Una verdadera pena. ¿Qué hacer,
entonces? En mi caso seguir escribiendo (porque no puedo remediarlo, porque es mi
vicio) pero solo para mí, que es mucho más divertido. A sabiendas de que siempre,
siempre, correrán malos tiempos para la lírica...».
Para ahondar en el tema con humor pulsa aquí y aquí. ¡¡Patrulla de salvación!! No te lo pierdas, que es muy bueno.
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