Polvo en el neón ("ma non troppo")


Si es cierto eso de que el libro está seriamente amenazado de extinción, un buen modo de reivindicar su vigencia es apostar por su belleza formal, por la exquisitez de su factura, por el diseño de su portada, por las ilustraciones o las fotografías que arropan al texto, por el gramaje y el tacto del papel, por el olor de la tinta…; en definitiva,  por el libro como objeto de arte y de culto, algo que la opción electrónica es incapaz de ofrecer. Y esa es la apuesta que vienen haciendo desde hace un tiempo editoriales como Tropo, Jekyll & Jill, Nalvay, Xórdica, Contraseña o Los libros del Innombrable, solo por citar algunos ejemplos sin salir de Aragón. 
A mí me encandilan los libros de Tropo Editores, son mi debilidad, lo reconozco: solo con ver las tapas en sepia ilustradas por Óscar Sanmartín me entran unos deseos súbitos e irresistibles de llevármelos a casa, leerlos, releerlos y colocarlos en mi estantería en un lugar de honor, para que se vean bien. 
Porque en Tropo cuidan tanto la estética como la literatura, haciendo del libro ese ente mágico, amigo, misterioso, arcano, hermoso, que es precisamente lo que seduce a todo buen lector. 
Y porque en Tropo siguen apostando todavía un poco más y son capaces de ofrecernos una joya como Polvo en el neón, producto a partes iguales del impecable hacer literario al que nos tiene acostumbrados el escritor Carlos Castán y de la mirada eléctrica, también impecable e impactante, del fotógrafo Dominique Leyva. Una armónica y bellísima conjunción de prosa e imagen ―nada sobra, nada falta, los caminos son siempre caminos hacia uno mismo―  para esta novela de corte beat (que podría muy bien interpretarse como un homenaje a Jack Kerouac y a la famosa Ruta 66) donde se concluye que todo viaje es, en esencia, un recorrido interior.





 


                                              
Pasa en todas las familias: se reconoce a sus miembros por el peso en el alma de una misma sombra y por la huella que va dejando en sus facciones, con el paso del tiempo, el lastre de un secreto que propaga por el aire un envenenado silencio que se vuelve más denso cuando están todos juntos, en torno a una mesa navideña. Esa sombra es un grito que nada profiere, el fantasma que los une y los derrota.


Hey, John, amigo, ya que no voy a despellejarte vivo ni a aplastarte los sesos con un trozo de roca como me pide el cuerpo, haz el favor al menos de cuidarla bien. Volverá su tristeza antigua, más tarde o más temprano, sus miedos de niña, las ganas de llorar. Es muy extraño esto porque me robas todo y sin embargo no tendrás nada de lo que yo he tenido. Hay tantas mujeres en una mujer; no sabrás ver a la que yo veía; cuando te refugies en ella, no apoyarás tu cabeza sobre el mismo corazón. Te llevas otra cosa aunque viva en su piel, otra mirada, otro aire, algo diferente a lo que yo he perdido.


Tengo mala suerte con esa zorra. Hace un par de semanas fui a verla completamente sobrio. Me había duchado, estrenaba camisa y hasta paré en unos almacenes donde, si te ven con buena pinta, te dejan rociarte gratis con uno de esos perfumes franceses para hombre. Pues bien, ese día no estaba. Aparece siempre cuando peor aspecto tengo, siempre me ve con sangre en las cejas y barba de varios días. Entonces no puedo hacer nada que no sea soñar con que esas manos que me ponen las copas me laven el pelo un día y me limpien despacio todas las heridas.



Polvo en el neón
Texto de Carlos Castán
Fotografías de Dominique Leyva
Tropo Editores, 2012
96 páginas
PVP 18 €
   


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