En contra de mi costumbre de referirme siempre a libros o a autores
aragoneses [porque me siento más aragonesa que española, qué se le va a hacer,
y después de aragonesa ciudadana del planeta Tierra, y mecagüen Pedro II, mal
apodado “el Católico”, que jodió en Muret el sueño de un hermoso estado
transpirenaico, y mecagüen Jaime I, mal o bien (según para quién) apodado “el
Conquistador”, que se cargó para siempre la posible salida al mar de Aragón, y
mecagüen Martín I (aunque el hombre me cae simpático, que era un intelectual
refinado y bien leído), apodado “el Humano”, que murió sin descendencia y
provocó todos esos contubernios que culminaron con el Compromiso de Caspe y con
la llegada al trono aragonés de la casa castellana de Trastámara, convirtiendo
mi país en un territorio interior sin gloria ni beneficio] o de emprenderla
contra la implacable tiranía de los grandes grupos editoriales, voy a hacer una
excepción y hablaré de un libro escrito a cuatro manos por un sudaca (mi héroe,
y que quede claro que no suelo ser mitómana) y un catalán, un libro que rezuma
la frescura de toda primera novela, un libro con título largo y cojonudísimo: Consejos de un discípulo de Morrison a un
fanático de Joyce, título que por sí solo ya establece toda una
declaración de principios. Y de intenciones, oye, y de gustos, y de tendencias,
donde ya se perfilan algunos ingredientes de cocinilla literaria. Ración de calçots,
pà amb tomàquet y empanada chilena. Ahí va. Ahí es nada.
―¿Novela negra? Sí, pero no. Yo no sé si lo calificaría de novela negra.
Como no sea de homenaje a Bonnie and Clyde… Más bien de novela al límite o de
novela heroica, como casi todas las de Roberto.
―Sigue. Vas bien.
―¿Novela negra rupturista o “cándida adolescencia”?
―Sigue.
―¿Quién escribió qué?
―Bueno, está contado en el prólogo. Lo habrás leído, supongo…
―Ya, pero no cuela. Reconocerás conmigo que el prólogo aclara poco, que
deja abiertas varias posibilidades y que concluye con una chanza, que le toma
el pelo al lector, vaya.
―No puedo decirte nada. Roberto siempre fue misterioso y burlón… con eso
y con muchas cosas.
―Pues mira, yo tengo una teoría. Claro que es mi teoría, y como tal
puede andar errada. Te la cuento: para mí que tú escribiste la primera parte y
Roberto la segunda.
―¿Y eso?
―Pues porque yo al principio no veo a Roberto por ningún sitio y el caso
es que conforme la narración avanza me lo empiezo a
encontrar, me lo voy encontrando, y al final casi me doy con él de bruces. En
todo, en la estructura, en los sueños, en las obsesiones y en las reflexiones
del protagonista. En cómo va evolucionando su relación con Ana. En ese
manuscrito final encontrado en un casquillo de bala… Hasta en las guarrerías,
oye, porque mira que Roberto era morboso a veces con lo del sexo, como quien no
quiere la cosa pero bien morboso… por ese elemento tan apocalíptico que contiene el sexo, supongo, porque para él el mundo no era sino un inmenso escenario donde se representaba eternamente el drama de Sodoma y Gomorra (Una tierra baldía, pelado yermo. Lago volcánico, el mar muerto: nada de peces, sin algas, hundido en lo profundo de la tierra. Sin viento que levante esas olas, metal gris, venenosas aguas neblinosas. Azufre llamaban a lo que llovía: las ciudades de la llanura: Sodoma, Gomorra, Edom. Nombres muertos todos. Un mar muerto en una tierra muerta, gris y vieja... el hundido coño gris del mundo)*. Bueno, y volviendo al título. He leído que el título previsto era Flores para Morrison y que luego Roberto
sugirió…
―Roberto sugirió el otro título como homenaje a su amigo Mario Santiago,
el Ulises Lima de Los detectives salvajes,
por un poema que Mario le dedicó a él y a Kyra Galván, “Consejos de un
discípulo de Marx a un fanático de Heidegger”, un poema cojonudo. Mario fue el
mejor amigo que tuvo Roberto. La putada es que se murió muy pronto, que ni
siquiera llegó a leer Los detectives
salvajes.
―Lo sé, lo sé. Y además conozco el poema:
El mundo se te da en fragmentos / en astillas:
de un rostro melancólico vislumbras una pincelada
del Durero
de alguien feliz su mueca de payaso aficionado
de un árbol: el tembladero de pájaros sorbiéndole
la nuca
de un verano en llamas atrapas pedazos de universo
lamiéndose la cara
el momento en que una muchacha inenarrable
se
rasga su camisola oaxaqueña
exactamente junto a la medialuna de sudor
de las axilas…
―Es cojonudo. Cojonudo.
―Sí, pero el título (que también me parece cojonudo) ¿no crees que resulte un
poco forzado? Morrison y Joyce apenas aparecen como no sea por referencias…
Bueno, el prota admira a Joyce y escucha música de The Doors, hay una chica que se llama Joyce, y conforme la novela avanza se va estableciendo un
juego con el lector como muy de Roberto y de James Joyce, eso de virtualizar la realidad
desvirtualizando el mito… ¿no? Pero Morrison… La cita de la primera página y luego
al final, sí, París y un ramo de rosas (¿mustias?) en el cementerio de
Père-Lachaise.
―Morrison representaría esa “cándida adolescencia” a la que te has referido antes. Su desenfreno, su inocencia, su belleza, su muerte tan prematura. Sexo,
drogas y rock and roll, diría yo.
―El problema es que yo he leído casi todo de Roberto y nada tuyo en solitario. No quisiera ser injusta contigo.
―Pues enmiéndalo.
―¿Braudel por Braudel? ¿Concierto del No Mundo?
―Tú verás.
―Ya… Bueno, también habría que hablar del relato, de “Diario de bar”.
Soberbio. Inquietante. Magistral. Con todos los elementos que debe tener un
buen relato, por más que el desenlace comience a intuirse enseguida. Desde
luego, muy Bolaño. Aquí no sé dónde está A.G. Porta. Supongo que lo sabré cuando
lea una de tus novelas.
―Oye, ¿pero te ha gustado el libro? Porque cuando se publicó lo leyeron cuatro gatos no más, apenas obtuvo alguna resonancia. Y si no fuera por la fama que luego adquirió Roberto...
―Claro que me ha gustado. Me ha gustado mucho. Muchísimo. En mi opinión no se trata de una obra menor. Contiene muchas de las claves que luego desarrollará Bolaño. A mí me ha parecido magnífico. Tienen
que leerlo todos, los fanáticos de Bolaño, los discípulos de Porta y todos los que se dejan abducir por una buena novela.
(*) Ulises, James Joyce (Traducción de J.M. Valverde), Lumen, Barcelona, 1994, p. 129
(*) Ulises, James Joyce (Traducción de J.M. Valverde), Lumen, Barcelona, 1994, p. 129
Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce
Roberto Bolaño y A.G. Porta
Acantilado, 2006
184 páginas
PVP 18 €. En edición de bolsillo 8,50 €
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