¿El sueño electrónico?





Al hilo de mis últimas reflexiones sobre los libros electrónicos y los libros impresos en papel, me gustaría copiar aquí algunos fragmentos del artículo “El sueño electrónico”, de Jacobo Siruela, publicado en el número 111 de la revista Turia. Pero antes debo informar a los lectores de esta entrada de que a lo largo del texto he ido intercalando mis propias opiniones, acotadas entre paréntesis y destacadas en negrita, que no siempre coinciden con las manifestadas por Jacobo Siruela en este interesante y bien argumentado artículo. Los lectores que lo deseen pueden leerlo completo pulsando aquí.
El texto  comienza así:

En los últimos tiempos casi se da por hecho, como algo irreversible, el paso del libro de papel al nuevo soporte digital. Incluso la prensa se ha complacido en ir dando esta noticia, como si se hubiera producido realmente, o mejor dicho, como si estuviéramos asistiendo de facto a un lento pero inexorable cambio tecnológico semejante al que se produjo a principios del siglo XIX entre el barco de vela y el barco de motor.
Los primeros en profetizar la muerte del libro  fueron George Orwell y Marshall McLuhan. El primero dijo que el cine terminaría con el libro de papel; el segundo que su futuro ejecutor sería la televisión. Pues bien, transcurridas varias décadas, estas enfáticas profecías (todas lo son), hechas por personas inteligentes y cultivadas, han resultado ser de momento muy exageradas, cuando no totalmente erróneas. Si observamos el devenir de los medios de comunicación, ni la radio acabó con el periódico, ni la televisión con la radio. Todos ellos  siguieron coexistiendo, sin que existiera ninguna dicotomía entre sí, ya que no son medios opuestos sino complementarios. Lo único que ocurrió es que las formas de oferta se multiplicaron.  Porque lo humano no tiende a lo uniforme: aspira a lo diverso y siempre demanda pluralismo. […]
Lo primero que quiero aclarar es que no estoy en contra del soporte electrónico, de la misma forma que no soy contrario a un túrmix o un minipimer o a cualquier otro artilugio utilitario. ¿Por qué debería estarlo? El soporte electrónico puede sernos muy útil para aligerar el peso en la maleta a todas aquellas personas a las que nos gusta llevar varios libros cuando viajamos; puede ser útil para leer nuestro periódico en el extranjero, o para disponer al instante de una obra que necesitas consultar. Los avances tecnológicos no constituyen por sí mismos una amenaza para los editores; al contrario, la tecnología digital ha sido nuestro mejor aliado. Sin ordenador, sin internet, Atalanta no existiría tal como es: no habría sido posible realizar todo el trabajo editorial desde un pueblo mediterráneo perdido en el Alto Ampurdán. Gracias a los medios electrónicos, las pequeñas editoriales independientes han podido florecer en cualquier parte del mundo y promocionar sus libros a través de blogs o Facebook. En nuestro caso, con la sede editorial asentada fuera de la ciudad, nos ha permitido comunicarnos con nuestros autores, traductores, correctores e impresores, o comprar libros y sacar información bibliográfica sin necesidad de viajar. El problema no es entonces tecnológico, es de carácter puramente ideológico o político. Pero empezaré por ofrecer razones empíricas. […] al preguntar a mis amigos editores sobre sus resultados económicos, cuál no fue mi sorpresa al enterarme de que eran más bien descorazonadores. Lo cual coincidía con las ventas estadísticas generales  del libro electrónico en casi toda Europa, que apenas había llegado al 3% del total de la facturación, salvo Inglaterra, que es un país muy dependiente del mercado estadounidense.
Pero, además de esta perspectiva poco estimulante, existe otro problema añadido: el libro electrónico facilita notablemente el pirateo (parece mentira que no exista ninguna protección legal eficaz contra las distribuidoras piratas). En consecuencia, el ebook no solo se presenta como una inversión de escaso beneficio y lento retorno, también entraña un serio riesgo de ser vilmente pirateado. Y aquí tocamos uno de los puntos esenciales del problema: lo que acabó con el mercado musical, acabará con la prensa y está dañando seriamente a la industria del libro no se refiere en absoluto a una mutación de los hábitos sociales —la sustitución de un soporte cultural por otro más avanzado— sino que atañe, en gran medida, a otra transformación muy distinta (y sombría) de las costumbres sociales, que nada tiene que ver con el progreso tecnológico. Me refiero al acto equívocamente democrático de poder acceder a la música, a la información periodística o a cualquier producto cultural —en suma, al trabajo ajeno— de forma gratuita. Sin ir más lejos, el fracaso del libro electrónico en España se debe, según dicen los editores, a que la mayoría de los ebooks que se leen en nuestro país proviene de descargas piratas. […]
(Como ya he anunciado en este blog,  recientemente me he incorporado a la publicación en ebook y mis obras se venden a un precio irrisorio o se difunden de forma totalmente gratuita, lo cual no me molesta en absoluto: a lo único que aspiro es a que me lean y no pretendo hacer caja con un asunto que es, para mí, fundamentalmente vocacional. Pero claro, yo soy autora, no editora. Y a la mayoría de las editoriales españolas les han venido de perlas las diferentes subvenciones estatales, autonómicas o municipales que, en tiempos de presunta bonanza económica, han permitido a los ciudadanos acceder a cualquier producto cultural de forma casi gratuita en ese “acto equívocamente democrático” que, no obstante, ha engordado la bolsa de las empresas de información periodística, discográficas y editoriales. A mí, desde luego, no me cuela lo de volverse exquisitos cuando apenas queda nada por repartir.).
[…] Por otro lado, en el cambio de mentalidad que ha experimentado un  cierto número de personas subyace un componente puramente fetichista: el de erigir el libro electrónico como un nuevo tótem sociocultural, pretendidamente vanguardista, como si el ebook representara el futuro en oposición al libro de papel que consecuentemente tendría sus días contados. Es curioso observar cómo en muchos casos es la generación de cuarenta y tantos para arriba la más afín a esta ilusoria sensación de progreso; y digo ilusoria, porque el progreso sociocultural no debería sustentarse en el soporte en donde se depositan las ideas sino en el contenido y la calidad de las mismas. […]
En efecto, es evidente que esta nueva moda consumista, impulsada por varias corporaciones, como Amazon, Google y Apple, tiene como objetivo final el control absoluto de todas las formas de distribución y fabricación del libro en el mercado global en el que puedan dictar tranquilamente sus propias leyes. Es curioso que no se repare en esto y se defienda tan alegremente las ventajas de las nuevas tecnologías sin mayor reflexión sobre sus posibles consecuencias. […]
(¿Acaso no es ese el mismo objetivo que persiguen los grandes grupos editoriales, llámense Planeta, Random House Mondadori, Grupo Santillana o Grupo Zeta —por citar algunos ejemplos por todos conocidos—, o estoy yo tonta? Quizá Atalanta sea una de las excepciones que confirman la regla…).
[…] Recuerdo que cuando salió el libro electrónico, muchos autores vieron con muy buenos ojos esta revolución mercantil de los medios electrónicos: cualquiera podría editarse y vender sus propios libros de una forma fácil. Esto implicaba, además de saltarse a los intermediarios, acabar con la molesta figura del editor; en definitiva, ser por fin libres y autónomos. Pero la realidad nos ha dado una lección muy diferente. Salvo casos muy contados, casi ningún autor puede vivir de la venta de sus libros electrónicos […]
(¡Oh, sorpresa! ¿Es que sí pueden hacerlo el común de los autores que publican en papel? Que yo sepa, salvo casos muy notorios, todos ellos complementan sus ingresos librescos con otros trabajos —relacionados, en el mejor de los casos, con el mundo universitario o cultural—, haciendo bolos, impartiendo charlas y conferencias, escribiendo columnitas en periódicos o semanarios de tirada local o nacional, etcétera, etcétera, etcétera.).
[…] por nuestra parte, no haremos libros electrónicos. Entre otras cosas, porque estamos totalmente convencidos de ir por el buen camino. El libro del siglo XXI  será, cada vez más, el libro cuidado, tanto en su tratamiento externo y sensual como en el interno y conceptual […]
(En este punto coincido. A mí también me hubiera gustado poder elegir ese camino y el hecho de que me vea casi obligada a decantarme por el formato electrónico no significa que lo que yo publique vaya a ser un producto descuidado ni en su forma ni en su contenido. Pero lo lamentable es que este tipo de libro al que se refiere Siruela resultará caro, carísimo para el consumidor de escaso poder adquisitivo —que no siempre se corresponderá con el tipo de público menos inteligente y cultivado— en medio de una crisis que no hace sino ahondar las diferencias sociales y donde solo las elites podrán gozar de tanto cuidado y sensualidad.).
 […] Con toda seguridad, los libros de bolsillo, los diccionarios, las enciclopedias y una buena parte de las publicaciones de consumo desaparecerán del mundo libresco para refugiarse en los diferentes soportes electrónicos. Pero el libro de calidad seguirá perdurando. Es y seguirá siendo el medio idóneo, como siempre lo ha sido, para difundir la alta cultura.
(¡Jo! “Alta cultura”. Ahí se le ve el plumero al aristócrata que lleva dentro el marqués de Siruela. Y, de verdad, no puedo expresar cuánto me apena que las cosas sigan siendo así en esta España nuestra.).
 En cualquier caso, plantear, como se pretende una radical dicotomía entre el libro de papel y el electrónico es absurdo: no son formas opuestas ni excluyentes sino complementarias, y pueden perfectamente coexistir, como lo han hecho la radio y la televisión.
    Lo importante es comprender que el cambio de soporte no implica ahora ningún progreso. Todo es puro negocio. (Pues gracias por la aclaración, porque no se nos había ocurrido). Por eso, la evolución tecnológica puede ser reversible, no inexorable […]
[…] Nadie sabe lo que ocurrirá en el mundo del libro en los próximos años. Lo único que se puede afirmar es que el futuro siempre depende de nosotros, y que, suceda lo que suceda, finalmente será aquello que nos merezcamos. Por eso resulta tan apremiante y necesario que tomemos consciencia de la importancia que tiene el libro y la tecnología en nuestra sociedad posmoderna y de los problemas que puede acarrear una mala comprensión de ella.

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