Echo la vista atrás y me doy cuenta de que se me ha pasado
la vida pasando páginas, páginas de cuentos infantiles, páginas de libros para
adolescentes, páginas furtivas de libros prohibidos, páginas de libros de texto, páginas de novelas malas,
mediocres y excepcionales, páginas y más páginas…, y las páginas de la existencia
propiamente dicha, caminando sobre un
escenario blanco, sin tregua, sin excusa, sin destino y sin porqué.
Pasar página significa no volver a transitar esos
caminos ya recorridos, tomar una decisión sin posible opción de retorno. O, al
menos, proponérselo. Apostar por ese escenario blanco y dirigir los pasos hacia él, sin
tregua, sin excusa, sin destino y, muchas veces, sin porqué.
Hace un tiempo pasé página en mi vida literaria.
Lo de vida literaria es un decir, porque escribir he
escrito mucho, pero publicar he publicado poco. Apenas tres novelas con escasa repercusión. Casi nada
para algunos. ¡Casi nada! para otros. El caso es que decidí que seguiría
escribiendo si me apetecía, porque eso no lo puedo evitar, pero sin volver a
publicar en ninguna editorial convencional. Sin pretenderlo siquiera.
Quizá fue una decisión como la del zorro y las uvas
verdes. Después de intentar atrapar el racimo de todas las formas posibles y
tras muchas decepciones (porque duele y humilla, ¡eh!, duele y humilla que el mundo pase
olímpicamente de tu esfuerzo, de tu ilusión, de las noches en vela para
producir una pobre y única página, los ojos enrojecidos de tanto mirar la
pantalla del ordenador y los pulmones tan llenos de nicotina como el cenicero
repleto de colillas consumidas que atestiguan el paso de un tiempo que se te ha
ido para no volver; duele y humilla enviar tus manuscritos amorosamente pulidos y
encuadernados sabiendo que nadie los va a leer y que la única respuesta será el
silencio o, peor aún, el no saber), entonces un día vas y te dices: Paso, estoy cansada,
no he sabido, no he podido, algo ha fallado, quizá haya sido yo o quizá no o
quizá todo, porque no siempre el esfuerzo lleva el premio asegurado; total, el mundo editorial es una mierda, tan podrida como las demás;
ya no me apetece comerme esas uvas: están verdes.
Y ese día te sientes libre para transitar por un
camino en blanco, por una página en blanco que no existe en realidad porque es
virtual, nube, sopa de bits, blogosfera o lo que quiera que sea. Y allí están
esas páginas inexistentes, aparcadas en algún lugar de Internet.
Pero como me da penita no pasar las hojas de mis
libros “de verdad”, no verlos, no tocarlos y no sentirlos, hace algún tiempo
encontré una especie de solución intermedia. Sirvió para El caso Prometeo y ahora
servirá para TicTac. Libros disponibles para ser impresos a demanda, para darme
el capricho sensual de tocar y mirar y pasar páginas “de verdad”, para poderlos regalar
a quien a mí me dé la gana sin que el texto se haya convertido en una mercancía que debe
ser publicitada y vendida a toda costa.
Yo me lo guiso, yo me lo como… Con el concurso, eso sí, de mis buenas amigas Mercedes
y María José, de La Central de Huesca.
Pues eso, aquí está, por si a alguien más le apetece
tenerlo a precio de coste:
Las imágenes de portada, tanto de la versión Kindle
de TicTac
como de la versión impresa, son obra del artista José Manuel Ubé.
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