Nota mental número uno, al más puro estilo Gran Wyoming, después de
terminar la lectura de Museo de la soledad, de Carlos Castán: «Diana (léase Dayán, por favor), en realidad no sé qué coño hago escribiendo mis
paridas (imaginar ahora una expresión facial profundamente abrumada) cuando
otros paren genios… En fin, obras maestras de verdad».
Porque Museo de la soledad es una obra maestra, sobre la que no caben
más comentarios (lo consideraría un descaro) ni más calificativos.
Doce piezas literarias de colección en las que se habla de eso, de
soledad y soledades. Doce relatos narrados sin apenas barras de diálogo, sin que
sobre una palabra o falte un punto o una coma, escritos con una prosa
aterradoramente bella sobre un tema aterradoramente cotidiano y común.
(La lectura de este libro, el segundo que leo de Castán, fue sugerida por un comentario del también escritor Miguel Ángel Buj, captado al vuelo a
través de las redes de Facebook).
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